II. EL SACRIFICIO SACRAMENTAL
En la plenitud de los tiempos, después de treinta años de vida oculta, nuestro Señor Jesucristo -el Mesías de Dios (Lc 9,20), el Hijo del Altísimo, el Santo (Lc 1, 31-35), nacido de mujer (Gál 4,4), nacido de una virgen (Is 7,14; Lc 1,34), enviado de Dios (Jn 3,17), esplendor de la gloria del Padre (Heb 1,3), anterior a Abraham (Jn 8,58), Primogénito de toda criatura (Col 1,15), Principio y fin de todo (Ap 22,13), santo Siervo de Dios (Hch 4,30), Consolador de Israel (Lc 2,25), Príncipe y Salvador (Hch 5,31), Cristo, Dios bendito por los siglos (Rm 9,5)-, durante tres años, predicó el Evangelio a los hombres como Profeta de Dios (Lc 7,16), mostrándose entre ellos poderoso en obras y palabras (24,19).
Y una vez proclamada la Palabra divina, consumó su obra salvadora con el sacrificio de su vida. ‘Primero la Palabra, después el Sacrificio’.
La Eucaristía es ciertamente un sacrificio, como resulta de las mismas palabras de la Institución y, por el sentido fundamental del memorial de la Pasión.
En la Cena del Jueves Santo realiza el Señor la entrega sacrificial de su cuerpo y de su sangre -«mi cuerpo entregado», «mi sangre derramada»-, anticipando ya, en la forma litúrgica del pan y del vino, la entrega física de su cuerpo y de su sangre, la que se cumplirá el Viernes Santo en la cruz.
Para comprender la idea de sacrificio asociada a la vida de Jesús es necesario excluir toda representación que hable de castigo para aplacar la cólera divina. Cuando se habla de sacrificio en la perspectiva de la historia de las religiones se piensa en las formas rituales que los hombres han ideado para llegar a Dios.
En el lenguaje bíblico, la tradición del siervo doliente clarifica que el sacrificio es la oferta voluntaria de sí mismo hasta la muerte. Dios mismo actúa, se da e inicia este Sacrificio, en él otorga la reconciliación. Dios expresa su amor a la humanidad partiendo de la aplicación incansable de Jesús hasta la entrega de sí mismo. ‘El Dios que no perdonó a su propio Hijo, antes lo entregó por todos nosotros, ¿Cómo no nos ha de dar con Él todas las cosas?’ (Rom 8,32).
Es decir que la muerte vicaria del Siervo de Dios se entiende no como sacrificio cultual sino como entrega total de la persona. Y al hablar de sacrificio en la cruz o en la Eucaristía, se trata fundamentalmente de percibir el movimiento de donación de Dios a los hombres y la orientación de Jesús hacia el Padre y, sobre todo su ilimitada confianza en Él. En virtud de las repercusiones que tienen las acciones de cada individuo en la colectividad este gesto incluye a todos. Él representa la respuesta, la aceptación y la afirmación del Padre. Por esto lo esencial del sacrificio es la total dedicación o consagración a Dios. (Cf. Revista de Teología mística, año 85, mayo-junio 2005, No 639).
Por eso entendemos la Eucaristía como forma Sacramental cuyo contenido es el único sacrificio de Jesús. La Eucaristía en cuanto sacrificio sacramental, nos lleva al sacrificio histórico del calvario, y esto a su vez, al Sacrificio de la Humanidad. Y el sacrificio del hombre, consiste en morir al mundo para vivir en Dios.
El punto de partida entonces es el hombre en el acontecimiento del sacrificio y no el rito sacrifical. En esta perspectiva San Agustín nos propone la definición del perfecto y verdadero sacrificio: “Es verdadero sacrificio, toda acción que se realiza para estar en comunión con Dios en la santidad, cada acción orientada hacia aquella finalidad buena, en la que podemos ser verdaderamente felices”.
En otras palabras, sacrificio es la misma vida del hombre, cada acción suya (sacrificio visible), por la cual el hombre pueda realizar con Dios una Sociedad Santa, es decir uniéndose a Él (sacrificio invisible).
El sacrificio histórico de la cruz, se pone en esta tensión universal de la humanidad hacia Dios. Toda humanidad tiene que ofrecer a sí misma un sacrificio a Dios. Y el sacrificio visible de Cristo sobre la cruz, aparece también como Sacramento histórico del sacrificio invisible de la humanidad. Este no es un rito, sino la misma vida de Jesús, ofrecida para todos los hombres. Aquí vemos coincidir perfectamente vida y sacrificio, víctima y oferente, el culto y el hombre. Así ya se anuncia la novedad del Culto Nuevo ‘ Os exhorto, pues hermanos, por la misericordia de Dios, a que os ofrezcáis a vosotros mismos como un sacrificio vivo, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual ‘ ‘El que se preocupa por los días, lo hace por el Señor; el que come lo hace por el Señor, pues da gracias a Dios; y el que no come, lo hace por el Señor, y da gracias a Dios’ (Rom 12,1-2; 14,6-8).
Jesús tiene el poder de ofrecer o de no ofrecer su vida; pero Él la ofrece libremente (Jn 10,18) y una vez para siempre (Hb 9,28). El no muere para sí porque es inocente (Hb 7,26-27) se ofrece así mismo a Dios como Cordero Inmaculado (Hb 9,14), donando su vida como precio de rescate por todos (Mc 10,45; Mt 20,28).
Cristo muere por el pueblo como profetizó sin saberlo Caifás (Jn 11,50); es decir, entre Jesús y el pueblo, existe un vínculo de profunda solidaridad. Esta solidaridad se anuncia y se anticipa en la alianza, que Cristo decreta en el cáliz de su sangre durante la Última Cena. Frente al lenguaje sacrifical de esta Última Cena (Mc 14,22-24) tenemos que afirmar, que “Jesús se haya comparado al Cordero Pascual y haya señalado su muerte, como muerte de la Víctima sacrifical, como sacrificio”.
Entonces, la solidaridad de toda la humanidad con Cristo, no se fundamenta solo en el hecho que Cristo, pertenece a la humanidad, y por lo tanto la representa sustituyéndola, sino también sobre el hecho de que Cristo, es el Jefe de la Nueva Humanidad, la cual tiene que morir a sí misma para vivir en Dios.
Nadie puede dudar, que el sacrificio histórico de Cristo sea el único y definitivo sacrifico de reconciliación de la humanidad con Dios, ni se puede concebir el culto cristiano sino, como aceptación y actuación de aquel único sacrificio de salvación, como gratitud al Padre, la Eucaristía. No puede ser más que “Eucaristía” la manera cristiana del sacrificio, precisamente por la eficacia y actualidad del Sacrificio Único de Cristo. La manera cristiana del sacrificio, no puede ser otra que la Eucaristía, precisamente por la fuerte eficacia y actualidad del Sacrificio Único de Cristo.
El reconocer el “Don” del Padre, es decir Cristo muerto y resucitado, constituye la nueva modalidad que adquiere el sacrifico de la Cruz, en cuanto el Cuerpo de Cristo es ofrecido y su sangre es derramada “por mí”.
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