martes, 3 de junio de 2008

CONTEMPLACIÓN- ACCION

No se puede separar la vida activa de la contemplativa, porque la acción necesita la contemplación para ser fecunda y la contemplación supone la acción que la prepara. La acción lejos de excluir la contemplación, la necesita, esbozada en el tiempo y consumada plenamente en la vida futura.

Toda forma de vida Consagrada incluso la más activa y comprometida en los campos más seculares, tiene necesidad absoluta de “contemplación”.

Contemplar es “sumergirnos en el misterio cristiano” “inmersión total en el misterio de Cristo” quedar fascinados por el “sublime conocimiento de Cristo” y prendidos de su ser y de su vida; en una palabra de “vivir en Cristo” como premisa para “actuar como El”.

Contemplación es la luz del Espíritu, la única que está en condiciones de asegurar la unidad entre la oración y el don a los demás, entre nuestro amor a Dios y a nuestros hermanos.

CONTEMPLACIÓN

Es iniciada aquí
No termina nunca
Se consuma en la eternidad
Se realiza en la visión
En la morada de la eternidad
En el descanso
En la Patria
En la recompensa de la contemplación
Tiene acceso a ella, quien tiene un corazón purificado.
Requiere silencio cargado de presencia adorante

ACCION
Es solo del tiempo.
Se acaba el día que morimos.
Se realiza en la fe
En el peregrinar del tiempo
En la lucha
En el destierro
En el esfuerzo de la acción
Bajar del monte con un rostro radiante.

La contemplación entonces no es otra cosa que una mirada a Dios, amorosa, sencilla, simple; una atención del espíritu, acompañada y sostenida por una inclinación del corazón casi imperceptible. Una mirada simple porque excluye el razonamiento, el raciocinio, la multiplicidad de ideas; pero acompañado de un amor de Dios puro y perfecto. De manera que este pensamiento de Dios, esa mirada a Dios, esa atención a Dios presente en nosotros, es como lo material de la oración; y ese amor, esa inclinación del corazón, esa atención amorosa a Dios presente, es como lo esencial de la oración.

Ahora bien, el objeto de la oración no solo es ocuparnos de Dios, sino nutrirnos de El, como el pan único que pedimos en la oración, tendiendo las manos como mendigos de Dios. Así dice San Agustín, cuando oramos somos mendigos de Dios, “Omnes, quando oramus, mendici Dei sumus”.

La simple atención a Dios, separada del deseo del corazón y de sus gemidos, no es oración; y para tener a Dios presente de verdad, es preciso poseerlo y gustarlo por el amor...




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