Un amor que no tuvo principio ni tendrá fin. El tiempo tuvo principio y tendrá fin; la eternidad no tiene ni una ni otra cosa. El tiempo es sucesivo; la eternidad estable. El tiempo está formado de instantes sucesivos y efímeros; la eternidad es un instante estable, pleno, que ni comenzó ni acabará nunca.
sábado, 7 de junio de 2008
AMOR ETERNO
viernes, 6 de junio de 2008
MISTICA (2)
Mística significa sencillamente la capacidad de enamorarse de Dios. Es tensión hacia el Todo, hacia el Eterno. Es considerar a Dios más real que las cosas visibles y por tanto más digno de amor que ninguna otra realidad, más “bello” que todas las bellezas creadas, más deseable que cualquier otra persona o cosa.
La mística es una subdivisión de la teología moral en cuanto nos enseña el camino del reino de Dios.
La Teología mística, no es otra cosa que la oración. Las dos no son más que una misma cosa. Tenemos dos principales ejercicios de nuestro amor hacia Dios:
· Afectivo por el cual nos aficionamos a Dios y a lo que nos agrada; nos une a la bondad de Dios; nos llena de complacencia, de benevolencia de fervores, de anhelos, de suspiros y de ardores espirituales. Nos lleva a complacernos en Dios y a concebir buenos deseos. Este consiste principalmente en la oración que comprende todos los actos de la contemplación.
· Efectivo por el cual servimos a Dios y hacemos lo que nos ordena; nos hace ejecutar su voluntad, nos comunica la sólida resolución, la firmeza de ánimo y la inquebrantable obediencia necesaria para cumplir la voluntad divina, y para sufrir, aceptar aprobar y abrazar todo lo que viene de su beneplácito. Nos lleva a agradar a Dios y a engendrar las buenas obras.
Entonces, el amor a Dios, la caridad, se ejercita en actos de amor (caridad afectiva) lo más intensos, fervorosos, lo más sinceros que nos sea posible. No importa que no pueda intervenir la sensibilidad porque solo dependen de la voluntad ayudada de la gracia que nunca nos falta. Desear amar a Dios es ya amarlo y poseerlo. Querer amar a Dios es ya un acto de amor porque en este caso querer amar es ya el acto mismo del amor.
Después del amor afectivo debemos ejercitar el amor efectivo, es decir el amor a su Voluntad santísima en todos sus preceptos, en todas sus permisiones, en todos sus deseos, en una palabra, en cualquier forma en que pueda presentarse o de hecho se presente.
Ahora bien, recordemos lo que es el amor en el ser humano. Ninguna naturaleza creada, ni la del más perfecto de los ángeles, puede obrar por sí misma; para hacerlo necesita de las facultades o potencias. El alma humana tiene dos: el entendimiento para conocer y la voluntad para amar. La voluntad es una facultad ciega: solo puede amar lo que el entendimiento le presenta como amable.
Además, ni el entendimiento está siempre conociendo, ni la voluntad siempre amando; es decir, son potencias que necesitan ponerse en acto. La voluntad mueve al entendimiento para que conozca de hecho. Y la amabilidad del objeto que descubre el entendimiento mueve a la voluntad para que lo ame.
Con excepción de la naturaleza del alma, todo lo demás es accidental: el entendimiento y la voluntad son accidentes; sus actos, es decir, el conocimiento y el amor, son accidentes también; por tanto, algo sobreañadido a lo que es sustancial, que puede perderse sin que lo sustancial se pierda.
En Dios no hay sustancia y accidentes, naturaleza y facultades, potencias y actos de las potencias. Todo en El es simplísimo. El ser simplísimo de Dios es AMOR...Amor siempre en acto, amor que ama siempre. Amar es el ser de Dios, es la existencia de Dios.
Debemos comprender que la perfección no es otra cosa que el amor, la caridad llevada a su perfección. Ser perfecto es amar mucho, es amar plenamente, es amar con un amor puro, generoso, fecundo.
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La mística es una subdivisión de la teología moral en cuanto nos enseña el camino del reino de Dios.
La Teología mística, no es otra cosa que la oración. Las dos no son más que una misma cosa. Tenemos dos principales ejercicios de nuestro amor hacia Dios:
· Afectivo por el cual nos aficionamos a Dios y a lo que nos agrada; nos une a la bondad de Dios; nos llena de complacencia, de benevolencia de fervores, de anhelos, de suspiros y de ardores espirituales. Nos lleva a complacernos en Dios y a concebir buenos deseos. Este consiste principalmente en la oración que comprende todos los actos de la contemplación.
· Efectivo por el cual servimos a Dios y hacemos lo que nos ordena; nos hace ejecutar su voluntad, nos comunica la sólida resolución, la firmeza de ánimo y la inquebrantable obediencia necesaria para cumplir la voluntad divina, y para sufrir, aceptar aprobar y abrazar todo lo que viene de su beneplácito. Nos lleva a agradar a Dios y a engendrar las buenas obras.
Entonces, el amor a Dios, la caridad, se ejercita en actos de amor (caridad afectiva) lo más intensos, fervorosos, lo más sinceros que nos sea posible. No importa que no pueda intervenir la sensibilidad porque solo dependen de la voluntad ayudada de la gracia que nunca nos falta. Desear amar a Dios es ya amarlo y poseerlo. Querer amar a Dios es ya un acto de amor porque en este caso querer amar es ya el acto mismo del amor.
Después del amor afectivo debemos ejercitar el amor efectivo, es decir el amor a su Voluntad santísima en todos sus preceptos, en todas sus permisiones, en todos sus deseos, en una palabra, en cualquier forma en que pueda presentarse o de hecho se presente.
Ahora bien, recordemos lo que es el amor en el ser humano. Ninguna naturaleza creada, ni la del más perfecto de los ángeles, puede obrar por sí misma; para hacerlo necesita de las facultades o potencias. El alma humana tiene dos: el entendimiento para conocer y la voluntad para amar. La voluntad es una facultad ciega: solo puede amar lo que el entendimiento le presenta como amable.
Además, ni el entendimiento está siempre conociendo, ni la voluntad siempre amando; es decir, son potencias que necesitan ponerse en acto. La voluntad mueve al entendimiento para que conozca de hecho. Y la amabilidad del objeto que descubre el entendimiento mueve a la voluntad para que lo ame.
Con excepción de la naturaleza del alma, todo lo demás es accidental: el entendimiento y la voluntad son accidentes; sus actos, es decir, el conocimiento y el amor, son accidentes también; por tanto, algo sobreañadido a lo que es sustancial, que puede perderse sin que lo sustancial se pierda.
En Dios no hay sustancia y accidentes, naturaleza y facultades, potencias y actos de las potencias. Todo en El es simplísimo. El ser simplísimo de Dios es AMOR...Amor siempre en acto, amor que ama siempre. Amar es el ser de Dios, es la existencia de Dios.
Debemos comprender que la perfección no es otra cosa que el amor, la caridad llevada a su perfección. Ser perfecto es amar mucho, es amar plenamente, es amar con un amor puro, generoso, fecundo.
jueves, 5 de junio de 2008
LA MISTICA
Jesús en el evangelio nos muestra tres caminos para llegar a El, cada uno más perfecto que el anterior: el camino del servidor que observa los mandamientos, el camino del discípulo que sigue a Cristo y el camino más perfecto del místico que se une con la divinidad.
Primer camino: Un día un Joven preguntó a Jesús: “Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para conseguir la vida eterna?” (Mt 19,16). Jesús dice: “¿Porqué me preguntas a cerca de lo bueno? Uno solo es Bueno. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mt 19,17).
La pregunta y la respuesta nos indican que para alcanzar la vida eterna, es necesario servir a Dios, observar sus mandamientos.
Cuando se trata de nuestra vida renunciamos a nuestros gustos y disgustos; estamos dispuestos a todo para salvarla. Estamos en cierto modo al servicio de la vida humana.
Ahora bien, Dios quiere que también nos coloquemos a su servicio, si queremos participar de su vida, si deseamos vivir eternamente y entonces debemos guardar los mandamientos.
El servidor de Dios que desea servirle así, debe conocer sus deberes. La Teología moral nos enseña esos deberes, ciencia que dirige nuestras acciones de acuerdo con los mandamientos y sirve de base a nuestra vida espiritual. Su fin es hacer de nosotros servidores de Dios.
Primer camino: Un día un Joven preguntó a Jesús: “Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para conseguir la vida eterna?” (Mt 19,16). Jesús dice: “¿Porqué me preguntas a cerca de lo bueno? Uno solo es Bueno. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mt 19,17).
La pregunta y la respuesta nos indican que para alcanzar la vida eterna, es necesario servir a Dios, observar sus mandamientos.
Cuando se trata de nuestra vida renunciamos a nuestros gustos y disgustos; estamos dispuestos a todo para salvarla. Estamos en cierto modo al servicio de la vida humana.
Ahora bien, Dios quiere que también nos coloquemos a su servicio, si queremos participar de su vida, si deseamos vivir eternamente y entonces debemos guardar los mandamientos.
El servidor de Dios que desea servirle así, debe conocer sus deberes. La Teología moral nos enseña esos deberes, ciencia que dirige nuestras acciones de acuerdo con los mandamientos y sirve de base a nuestra vida espiritual. Su fin es hacer de nosotros servidores de Dios.
Segundo camino: Cuando el joven oye decir que la observancia de los diez mandamientos es el precio del reino de Dios, dice a Jesús: “He observado todos esos mandamientos desde mi infancia”. Y Jesús al oírlo, lo mira y lo ama. Evidentemente Jesús ve que el joven es ya un servidor de Dios, que posee las cualidades requeridas para adelantar y le propone otro ideal, un ideal más perfecto y no contrario, sino superior al primero: “Si quieres ser perfecto, anda vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme” (Mat 19,20-21).
Seguir a Cristo es tomarlo como modelo, con el deseo de asemejársele, sin buscar otro premio que el de la perfección del Maestro. Seguir a Cristo quiere decir renunciar a sí mismo. Diciendo: Sígueme Jesús quiso decir: Renuncia a ti mismo, sigue mis enseñanzas, mi disciplina; ¡sé como yo!
Cuando Jesús dijo si quieres ser perfecto empleó la palabra aramea Ghémiro, que quiere decir maduro, completo terminado, perfecto en habilidad y saber, un profesional. En griego, profesional se dice ascétes; en el sentido religioso, pues asceta es un profesional en la práctica de la vida cristiana, un discípulo que sigue a Cristo.
La teología ascética es la ciencia de la vida perfecta; enseña el renunciamiento así mismo y la práctica de la virtud. Aspira como fin a la adquisición de una nueva vida, toda energía y libertad, en lugar de la vida de los sentidos, sujeta a la debilidad y a la esclavitud. En otras palabras, nos enseña a formar a Cristo en nosotros, hasta el estado de hombre hecho.
Tercer camino:
Jesús es el instrumento pasivo de su Padre y El lo sabe: Las palabras que os digo, no las digo por mí: el Padre que está en mí hace El mismo estas obras Jn 14,10.
En esta misteriosa unión con el Padre, se muestra como místico y a esa unión ha llamado su Iglesia. Fue la noche memorable que precedió a su muerte. Los apóstoles acababan de recibir su cuerpo y su sangre. Sus corazones ardían aún en fervor, sentían que el Cristo estaba con ellos, pero en seguida su defección les demostró que si el Cristo estaba con ellos, ellos no eran una sola cosa con El.
Jesús pidió por tanto para sus apóstoles esa gracia de unión y no solo oró por ellos, sino también por todos aquellos que por su predicación debían creer en El (Jn 17,20). Es evidente que Cristo oró por la unidad de todos los miembros de la Iglesia; mas el principio de esa unidad es Jesús mismo que actúa en el individuo, como el Padre actúa en El. Exactamente como Jesús es el portavoz y el instrumento del Padre, así El desea que nosotros realicemos su obra, en nuestra unión con El y con el Padre.
Si Jesús ha pedido la unión perfecta, aquellos que participen de ella deberán ser pasivos, para que Jesús pueda actuar libremente en ellos y por ellos, como el Padre actúa libremente a través de El... Para que todos sean uno...(Jn17,21).
Cristo debe vivir en nosotros más que nosotros mismos. No solo debemos servir a Dios observando los mandamientos o seguir a Cristo muriendo al mundo; debemos ser místicos, adorándolo en un abandono completo, o mejor dicho en la absorción de nosotros mismos en Dios.
En la vida mística, la persona se torna, pasiva; Cristo entra en ella y vive en ella y por ella; se torna así en cuerpo místico de Cristo. No es la Iglesia, pero está tan firmemente anclada en El, está tan unida con El, que el espíritu de la Iglesia es su espíritu; está madura para el Espíritu de Dios. Ha muerto para sí misma, para que el Espíritu de Cristo viva en ella y actúe por ella.
En esta posesión divina la personalidad del místico no desaparece, aun cuando se convierta en el cuerpo místico de Cristo. Esta asociación, esta adhesión a Cristo, que lo moldea como la mano del alfarero hace con la arcilla, le da una nueva existencia que excede la naturaleza. El que se une a Cristo, dice San Pablo, es un solo espíritu con El 1Cor 6,17.
El místico siente que es un solo espíritu con Cristo y que vive la vida celeste; sigue siendo sin embargo, una criatura sujeta a las enfermedades de la carne.
Esa sensación de conquista divina, de casi edificación, se torna tan intensa en ciertos místicos, que San Pablo pudo decir: Yo vivo, mas ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí (Gal 2,20).
Todos estamos llamados a esta unidad divina. La perfección mística no es por tanto el privilegio de un pequeño número; es para todos los cristianos y desde luego para mí.
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Seguir a Cristo es tomarlo como modelo, con el deseo de asemejársele, sin buscar otro premio que el de la perfección del Maestro. Seguir a Cristo quiere decir renunciar a sí mismo. Diciendo: Sígueme Jesús quiso decir: Renuncia a ti mismo, sigue mis enseñanzas, mi disciplina; ¡sé como yo!
Cuando Jesús dijo si quieres ser perfecto empleó la palabra aramea Ghémiro, que quiere decir maduro, completo terminado, perfecto en habilidad y saber, un profesional. En griego, profesional se dice ascétes; en el sentido religioso, pues asceta es un profesional en la práctica de la vida cristiana, un discípulo que sigue a Cristo.
La teología ascética es la ciencia de la vida perfecta; enseña el renunciamiento así mismo y la práctica de la virtud. Aspira como fin a la adquisición de una nueva vida, toda energía y libertad, en lugar de la vida de los sentidos, sujeta a la debilidad y a la esclavitud. En otras palabras, nos enseña a formar a Cristo en nosotros, hasta el estado de hombre hecho.
Tercer camino:
Jesús es el instrumento pasivo de su Padre y El lo sabe: Las palabras que os digo, no las digo por mí: el Padre que está en mí hace El mismo estas obras Jn 14,10.
En esta misteriosa unión con el Padre, se muestra como místico y a esa unión ha llamado su Iglesia. Fue la noche memorable que precedió a su muerte. Los apóstoles acababan de recibir su cuerpo y su sangre. Sus corazones ardían aún en fervor, sentían que el Cristo estaba con ellos, pero en seguida su defección les demostró que si el Cristo estaba con ellos, ellos no eran una sola cosa con El.
Jesús pidió por tanto para sus apóstoles esa gracia de unión y no solo oró por ellos, sino también por todos aquellos que por su predicación debían creer en El (Jn 17,20). Es evidente que Cristo oró por la unidad de todos los miembros de la Iglesia; mas el principio de esa unidad es Jesús mismo que actúa en el individuo, como el Padre actúa en El. Exactamente como Jesús es el portavoz y el instrumento del Padre, así El desea que nosotros realicemos su obra, en nuestra unión con El y con el Padre.
Si Jesús ha pedido la unión perfecta, aquellos que participen de ella deberán ser pasivos, para que Jesús pueda actuar libremente en ellos y por ellos, como el Padre actúa libremente a través de El... Para que todos sean uno...(Jn17,21).
Cristo debe vivir en nosotros más que nosotros mismos. No solo debemos servir a Dios observando los mandamientos o seguir a Cristo muriendo al mundo; debemos ser místicos, adorándolo en un abandono completo, o mejor dicho en la absorción de nosotros mismos en Dios.
En la vida mística, la persona se torna, pasiva; Cristo entra en ella y vive en ella y por ella; se torna así en cuerpo místico de Cristo. No es la Iglesia, pero está tan firmemente anclada en El, está tan unida con El, que el espíritu de la Iglesia es su espíritu; está madura para el Espíritu de Dios. Ha muerto para sí misma, para que el Espíritu de Cristo viva en ella y actúe por ella.
En esta posesión divina la personalidad del místico no desaparece, aun cuando se convierta en el cuerpo místico de Cristo. Esta asociación, esta adhesión a Cristo, que lo moldea como la mano del alfarero hace con la arcilla, le da una nueva existencia que excede la naturaleza. El que se une a Cristo, dice San Pablo, es un solo espíritu con El 1Cor 6,17.
El místico siente que es un solo espíritu con Cristo y que vive la vida celeste; sigue siendo sin embargo, una criatura sujeta a las enfermedades de la carne.
Esa sensación de conquista divina, de casi edificación, se torna tan intensa en ciertos místicos, que San Pablo pudo decir: Yo vivo, mas ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí (Gal 2,20).
Todos estamos llamados a esta unidad divina. La perfección mística no es por tanto el privilegio de un pequeño número; es para todos los cristianos y desde luego para mí.
miércoles, 4 de junio de 2008
CONTEMPLACION Y MEDITACION
Meditamos para recoger el amor de Dios como cuando las abejas han recogido la miel y la trabajan por el placer que encuentran en su dulzura. Contemplamos a Dios y admiramos su bondad por la suavidad que el amor nos hace encontrar en las cosas divinas.
El deseo de alcanzar el amor divino nos hace meditar; pero el amor, una vez obtenido, nos hace vacar a la contemplación; porque el amor nos hace encontrar una suavidad tan agradable en la cosa amada que el espíritu no acaba de saciarse en verla y considerarla.
Consideramos al principio la bondad de Dios para excitar nuestra voluntad a amarlo; pero una vez despertado el amor en nuestros corazones, continuamos considerando esa misma bondad para contentar nuestro amor, que no puede saciarse de contemplar lo que ama.
La meditación es madre del amor; pero la contemplación es su hija.
El amor, por una facultad imperceptible, hace la hermosura de lo que ama más bella; asimismo, el conocimiento afina el amor para que encuentre la hermosura más amable. El amor influye en los ojos del alma para mirar cada vez con más atención la hermosura amada, y esa vista presiona al corazón para amar cada vez con más ardor.
CONTEMPLAR es ver a Dios y las cosas divinas con una mirada sencilla y simple, libre, penetrante y cierta, que procede del amor y tiende al amor.
Es sencilla y simple: En la meditación se razona, en la contemplación no.
Libre, porque para producirla, es necesario que el alma esté libre aún de los menores pecados, de los afectos desordenados, de la precipitación y de los cuidados inútiles e inquietantes. Sin lo cual, el entendimiento es como un ave atada que no puede volar, si no la desatan.
Es clara y penetrante, no como la visión beatífica, sino como los conocimientos de la fe que no dejan de ser oscuros.
En la meditación se ven las cosas confusamente, como de lejos y de una manera seca. La contemplación las hace ver distintamente y más de cerca. Las hace como tocar, sentir, gustar, experimentar interiormente.
Es cierta, porque su objeto son las verdades sobrenaturales que la ley divina le descubre; y cuando esta manifestación se hace directamente al entendimiento, no está sujeta a error.
Procede del amor y tiende al amor. Es el ejercicio de la más pura y perfecta caridad. El amor es su principio, su ejercicio y su término.
martes, 3 de junio de 2008
CONTEMPLACIÓN- ACCION
No se puede separar la vida activa de la contemplativa, porque la acción necesita la contemplación para ser fecunda y la contemplación supone la acción que la prepara. La acción lejos de excluir la contemplación, la necesita, esbozada en el tiempo y consumada plenamente en la vida futura.
Toda forma de vida Consagrada incluso la más activa y comprometida en los campos más seculares, tiene necesidad absoluta de “contemplación”.
Contemplar es “sumergirnos en el misterio cristiano” “inmersión total en el misterio de Cristo” quedar fascinados por el “sublime conocimiento de Cristo” y prendidos de su ser y de su vida; en una palabra de “vivir en Cristo” como premisa para “actuar como El”.
Contemplación es la luz del Espíritu, la única que está en condiciones de asegurar la unidad entre la oración y el don a los demás, entre nuestro amor a Dios y a nuestros hermanos.
Toda forma de vida Consagrada incluso la más activa y comprometida en los campos más seculares, tiene necesidad absoluta de “contemplación”.
Contemplar es “sumergirnos en el misterio cristiano” “inmersión total en el misterio de Cristo” quedar fascinados por el “sublime conocimiento de Cristo” y prendidos de su ser y de su vida; en una palabra de “vivir en Cristo” como premisa para “actuar como El”.
Contemplación es la luz del Espíritu, la única que está en condiciones de asegurar la unidad entre la oración y el don a los demás, entre nuestro amor a Dios y a nuestros hermanos.
CONTEMPLACIÓN
Es iniciada aquí
No termina nunca
Se consuma en la eternidad
Se realiza en la visión
En la morada de la eternidad
En el descanso
En la Patria
En la recompensa de la contemplación
Tiene acceso a ella, quien tiene un corazón purificado.
Requiere silencio cargado de presencia adorante
ACCION
Es iniciada aquí
No termina nunca
Se consuma en la eternidad
Se realiza en la visión
En la morada de la eternidad
En el descanso
En la Patria
En la recompensa de la contemplación
Tiene acceso a ella, quien tiene un corazón purificado.
Requiere silencio cargado de presencia adorante
ACCION
Es solo del tiempo.
Se acaba el día que morimos.
Se realiza en la fe
En el peregrinar del tiempo
En la lucha
En el destierro
En el esfuerzo de la acción
Bajar del monte con un rostro radiante.
La contemplación entonces no es otra cosa que una mirada a Dios, amorosa, sencilla, simple; una atención del espíritu, acompañada y sostenida por una inclinación del corazón casi imperceptible. Una mirada simple porque excluye el razonamiento, el raciocinio, la multiplicidad de ideas; pero acompañado de un amor de Dios puro y perfecto. De manera que este pensamiento de Dios, esa mirada a Dios, esa atención a Dios presente en nosotros, es como lo material de la oración; y ese amor, esa inclinación del corazón, esa atención amorosa a Dios presente, es como lo esencial de la oración.
Ahora bien, el objeto de la oración no solo es ocuparnos de Dios, sino nutrirnos de El, como el pan único que pedimos en la oración, tendiendo las manos como mendigos de Dios. Así dice San Agustín, cuando oramos somos mendigos de Dios, “Omnes, quando oramus, mendici Dei sumus”.
La simple atención a Dios, separada del deseo del corazón y de sus gemidos, no es oración; y para tener a Dios presente de verdad, es preciso poseerlo y gustarlo por el amor...
Se acaba el día que morimos.
Se realiza en la fe
En el peregrinar del tiempo
En la lucha
En el destierro
En el esfuerzo de la acción
Bajar del monte con un rostro radiante.
La contemplación entonces no es otra cosa que una mirada a Dios, amorosa, sencilla, simple; una atención del espíritu, acompañada y sostenida por una inclinación del corazón casi imperceptible. Una mirada simple porque excluye el razonamiento, el raciocinio, la multiplicidad de ideas; pero acompañado de un amor de Dios puro y perfecto. De manera que este pensamiento de Dios, esa mirada a Dios, esa atención a Dios presente en nosotros, es como lo material de la oración; y ese amor, esa inclinación del corazón, esa atención amorosa a Dios presente, es como lo esencial de la oración.
Ahora bien, el objeto de la oración no solo es ocuparnos de Dios, sino nutrirnos de El, como el pan único que pedimos en la oración, tendiendo las manos como mendigos de Dios. Así dice San Agustín, cuando oramos somos mendigos de Dios, “Omnes, quando oramus, mendici Dei sumus”.
La simple atención a Dios, separada del deseo del corazón y de sus gemidos, no es oración; y para tener a Dios presente de verdad, es preciso poseerlo y gustarlo por el amor...