miércoles, 4 de junio de 2008

CONTEMPLACION Y MEDITACION


Meditamos para recoger el amor de Dios como cuando las abejas han recogido la miel y la trabajan por el placer que encuentran en su dulzura. Contemplamos a Dios y admiramos su bondad por la suavidad que el amor nos hace encontrar en las cosas divinas.

El deseo de alcanzar el amor divino nos hace meditar; pero el amor, una vez obtenido, nos hace vacar a la contemplación; porque el amor nos hace encontrar una suavidad tan agradable en la cosa amada que el espíritu no acaba de saciarse en verla y considerarla.

Consideramos al principio la bondad de Dios para excitar nuestra voluntad a amarlo; pero una vez despertado el amor en nuestros corazones, continuamos considerando esa misma bondad para contentar nuestro amor, que no puede saciarse de contemplar lo que ama.

La meditación es madre del amor; pero la contemplación es su hija.

El amor, por una facultad imperceptible, hace la hermosura de lo que ama más bella; asimismo, el conocimiento afina el amor para que encuentre la hermosura más amable. El amor influye en los ojos del alma para mirar cada vez con más atención la hermosura amada, y esa vista presiona al corazón para amar cada vez con más ardor.


CONTEMPLAR es ver a Dios y las cosas divinas con una mirada sencilla y simple, libre, penetrante y cierta, que procede del amor y tiende al amor.

Es sencilla y simple: En la meditación se razona, en la contemplación no.
Libre, porque para producirla, es necesario que el alma esté libre aún de los menores pecados, de los afectos desordenados, de la precipitación y de los cuidados inútiles e inquietantes. Sin lo cual, el entendimiento es como un ave atada que no puede volar, si no la desatan.

Es clara y penetrante, no como la visión beatífica, sino como los conocimientos de la fe que no dejan de ser oscuros.

En la meditación se ven las cosas confusamente, como de lejos y de una manera seca. La contemplación las hace ver distintamente y más de cerca. Las hace como tocar, sentir, gustar, experimentar interiormente.
Es cierta, porque su objeto son las verdades sobrenaturales que la ley divina le descubre; y cuando esta manifestación se hace directamente al entendimiento, no está sujeta a error.

Procede del amor y tiende al amor. Es el ejercicio de la más pura y perfecta caridad. El amor es su principio, su ejercicio y su término.

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