Ser pequeño es construir sobre base sólida. “Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él” (Mc 10,15)... “yo os aseguro: si no cambiáis y hacéis como los niños, no entrareis en el Reino de los cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ese es el mayor en el Reino de los cielos” (Mt 18,3-4).
Entonces, para nosotros surge la pregunta: ¿Qué debemos hacer, cómo podemos volver a ser niños, cómo ser pequeños? Volvamos nuestra mirada a Nazareth. Su nombre no aparece en el A.T. No tiene buena fama porque de ella no salió ningún profeta (Jn 7,52) y los judíos solían decir: “¿Puede salir algo bueno de Nazareth?” (Jn 1,46).
Pero, después de Jerusalén, tienen el primer lugar en la historia de la Redención, Nazareth porque aquí el Verbo Divino se encarnó y Belén porque allí nació. En Nazareth pasó gran parte de su niñez, su adolescencia, su juventud y llegó al comienzo de la edad madura, puesto que vivió allí hasta los 30 años de edad menos el corto tiempo que estuvo desterrado en Egipto y unos dos años en Belén.
Durante todo ese tiempo, Jesús casi no tuvo más trato que con María, su Madre y con José, su padre adoptivo. El Evangelio dice que “Jesús crecía en edad, en gracia y sabiduría” (Lc 2,52), es decir que a medida que pasaban los años manifestaba más sus encantos y los tesoros de su sabiduría.
Pero siempre procuraba que su saber no causara extrañeza ni fuera del todo desproporcionada a su edad. Jesús-Niño, Jesús-Adolescente, Jesús-Joven, Jesús-Varonil. En todo se mostró perfecta y normalmente humano, no se adelantó a su edad y fue manifestando lo que a cada periodo correspondía. Sin embargo no se portaba lo mismo con los extraños que en la intimidad de su hogar. María y José sabían que Jesús era Dios y nada podía sorprenderles. Cuando predicó en Nazareth, durante su vida pública, todos se extrañaron y se preguntaban: ¿Dónde aprendió este tanta sabiduría, si no ha estudiado con ningún Rabbí, si todos sabemos que es hijo de José, el carpintero, y de María, y conocemos a sus demás familiares? (Mt 13,54).
La Congregación quiere ser “Un homenaje vivo a la Vida Oculta de Jesús en Nazareth y en el Sagrario” y por lo mismo deben resplandecer en las hermanas las virtudes propias de la Sagrada Familia: Humildad profunda enmarcada de una gran sencillez, con ausencia de toda ostentación y boato mundanos... (Const I,4).
Nazareth que fue el hogar modelo de toda santidad y perfección donde el Verbo Encarnado enseñó al mundo todas las virtudes con su vida Oculta y sencilla de 30 años de trabajo y sumisión por la gloria de su Padre y la salvación de los hombres; donde la Santísima Virgen Reina y Señora del cielo y de la tierra, Madre de Dios y de los hombres, se consagró como Esclava del Señor al cumplimiento de todas las voluntades divinas por la redención del mundo.
El espíritu de Nazareth es el de la humilde vida de Jesús. María y José en Nazareth donde se forjó la redención del mundo, y como un homenaje a la vida oculta que ellos llevaron en la tierra por la gloria del Padre Celestial en su vida de humildad, pobreza, sencillez laboriosidad amor a Dios y del prójimo, sin ostentación ni brillo a los ojos del mundo sino solo para complacer al Señor (EMF).
En la vida de las hermanas debe brillar ese conjunto de virtudes ocultas que sin brillo ni apariencia humanas resplandecieron en la casita de Nazareth e hicieron la complacencia del Padre Celestial. Un homenaje oculto a Jesús en el Sagrario y en Nazareth debe ser la vida de cada Nazarena; una vida que no es otra que la prolongación del FIAT de María, realizado principalmente en la práctica constante, de la humildad, de la sencillez, de la ayuda mutua, y de una acendrada piedad, que hace que el trabajo no sea más que la exteriorización de ese amor oculto al Señor, que late en el interior de los corazones (EPH).
El magníficat puede llamarse la única ponencia que la dulcísima Virgen María ofreció al mundo... Enseñanza que nos dio de agradecer a Dios los dones sublimes con que la enriqueció y elevó sobre todas las criaturas y de ocultarse Ella misma glorificando “al Todopoderoso que miró la bajeza de su Esclava e hizo en Ella cosas grandes” (EMF).
Jamás hermanas mías nos sintamos humilladas o rebajadas de nuestra pequeñez Nazarena pues precisamente ese es nuestro timbre de grandeza y lo propio de nuestra vocación: que brillen y deslumbren por sus grandes obras otras instituciones que ocupen los primeros puestos en la opinión humana; pero nosotras seamos como los niños las más pequeñas y las ultimas en la gran familia de Dios que nos mirará y distinguirá como las mas necesitadas de su paternal amor...miremos en todo momento próspero o adverso a nuestros modelos: Jesús, María y José no el cielo glorificados sino en la tierra ocultos y olvidados del mundo pero apreciados del Padre Celestial por esa misma pequeñez (EMF).
“Vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col 3,3).
Se dice que de todas las virtudes, la humildad es la única que no se mira ni se reconoce a sí misma porque el que se cree humilde es soberbio. Cuando la Virgen María dice que Dios ha mirado su humildad, no habla de la virtud de su humildad sino de la bajeza de su abyección. Humildad no es ignorar las gracias y virtudes que Dios nos ha dado sino reconocer sus dones y por medio de ellos darnos cuenta de nuestra nada y nuestro pecado.
San Bernardo dice que hay dos clases de humildad. La primera es hija de la verdad. Se basa en el conocimiento, es fría sin calor. Por esta conocemos que nada somos y lo experimentamos en nosotros mismos por nuestra propia miseria y fragilidad. La segunda es hija de la caridad se basa en el afecto y nos inflama. Por esta despreciamos la gloria del mundo “Cristo a pesar de su condición divina no hizo alarde de su Categoría de Dios, al contrario se anonadó a sí mismo y tomó la condición de esclavo pasando por uno de tantos y así actuando como un hombre cualquiera se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre” (Flp 2, 6-10).
Jesús se ocultó y se escondió cuando lo buscaban para elevarlo a la gloria de Rey, pero cuando lo buscaron para crucificarlo y para sumirlo en un abismo de oprobios y de ignominias, en vez de esconderse se ofreció voluntariamente.
El gozo más grande que hay en el mundo es que Dios existe. Un Dios eterno, inmutable, santísimo, infinitamente feliz, la Bondad por esencia. “Yo soy EL QUE ES”, el ser por excelencia, el ser que no fue hecho sino que es por sí mismo; ni empezó a ser ni dejará de ser; el Ser que ha dado el ser a todos los seres creados.
Entonces, ¿Quién soy yo? ¿Quién soy en el mar infinito del amor de Dios? ¿Quién soy yo en el incesante correr de los siglos, en la inmensa geografía humana? ¿Quién soy en el vasto espacio del mundo? Realmente soy un ser insignificante, casi “un nadie”. Soy criatura, no soy un ser por derecho, sino solo de hecho bajo una dependencia absoluta de mi Creador. Todas las elecciones decisivas y fundamentales fueron hechas por El. Lo poco que soy, no me lo he dado yo, lo tengo prestado, es de Dios. El me lo dio todo y todo lo escogió El. Entonces: “Yo soy de Dios””Soy por Dios” “Yo estoy sometida a Dios” “Yo estoy con Dios” “Yo soy para Dios”.
Así que nuestra pequeñez es infinita. Porque ser criatura es algo prestado, precario, endeble. Es no existir sino a condición de ser sostenido a cada instante por el Creador.
Dijo el Señor a Santa Catalina de Siena, “Yo soy EL QUE ES, tú eres LA QUE NO ES”. Es decir que comparados con EL SER DIVINO, todas las criaturas son como si no fueran, son NADA, Mi ser es como nada ante Ti Sal. 38,6.
Pero de pronto la criatura se engrandece... ¿no es semejante al hijo de Dios?...Así como el Hijo de Dios no es sino una relación a su Divino Padre, así la criatura, toda ella no es sino una relación a Dios. Es toda de Dios. Y de estas relaciones conscientes entre Dios y nosotros nacen: la docilidad, la gratitud, la sumisión, el respeto y el amor a Dios.
Nuestra pequeñez misma es nuestra gloria. Todo lo recibimos de Dios. No existimos sino con relación a El. Trabajamos con El y para El. Cumplimos su voluntad. Aquí está toda nuestra nobleza. ¡Ocultos a los ojos del mundo! ¡Grandes para Dios!
¡Madre del Amor! Llévanos hacia esa Hermosura Divina, únenos más a ella, imprime en nuestros corazones la humildad de tu Hijo, la de José y la tuya propia para que podamos ser en verdad ese homenaje vivo a la vida oculta de Jesús en Nazareth y en el Sagrario.