jueves, 17 de julio de 2008

FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS DE VIDA EUCARÍSTICA Y ESPIRITUAL EN NAZARETH (6)

LA EUCARISTÍA Y LLAMAMIENTO A NAZARETH

La Congregación es llamada a ser homenaje vivo a la vida Oculta de Jesús en Nazaret y en la Eucaristía (Const. I,4).

Hubiera querido entrar profundamente en el espíritu de nuestras Constituciones pero en razón de tiempo solo me detengo en algunos numerales del Capítulo V que siento más cercanos al tema que estamos tratando.

La Dominica de Nazaret como discípula de Cristo debe asociarse a su Cuerpo que se entrega, es decir formar parte de ese cuerpo glorioso que ha sido fuente de bendición hasta la muerte en la cruz, donde traerá sobre sí toda la maldición del mundo (Jn 1,29). Con esta palabra “Tomen” los discípulos son constituidos como tales, incorporados en el destino de su Maestro. (Una comunidad lee el Evangelio de Marcos, Colección lectura pastoral de la Biblia)

El acto esencial del culto cristiano es ofrecer a Dios Padre a Jesucristo. Con él ofrecernos en la sumisión e inmolación completa de nosotras mismas, de suerte que no hagamos más que una cosa con Jesucristo. A costa de una inmolación resuelta y total entregar al Señor nuestro ánimo, nuestro corazón, nuestro cuerpo, sacrificando todo lo que no es él; hacerse para el Padre “un Jesús”, o mejor, transformarse en Jesús. No un Jesús diferente del verdadero y único, sino una persona en que Cristo lo sea todo. “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20).

Nuestro culto no será verdaderamente cristiano, sino en cuánto es ofrenda al Padre, de Aquel que puede ofrecerle lo que él espera, “la oblación de Cristo Jesús”. La ofrenda a Dios de Cristo, no solo del Cristo Histórico, de Jesús hijo de la Virgen María, sino del Cristo “completo” Plenarium corpus Chiristi. (San Agustín, in Ps., 110) que comprende la cabeza con todos sus miembros. El momento en que esta oblación llega a su máximum es la Misa.

Solo una cosa es importante que Dios sea glorificado. Nuestro Señor no vino a la tierra, ni viene en cada misa al altar, no reside en cada minuto en el Sagrario, única ni principalmente para dársenos, sino para ofrecerse al Padre; o mejor para que nosotras lo demos al Padre a quien él se ofrece. Dicho de otro modo: la Encarnación y la Eucaristía no tienen por término la honra del Hijo encarnado o la felicidad del hombre, sino la honra del Padre, la gloria del Altísimo, la Santísima Trinidad.

Limitar nuestra devoción a la Hostia, a la adoración al Señor, y no extenderla a la ofrenda de Jesús al Padre, a la Santísima Trinidad; es no comprender toda la Eucaristía, es no comprender a todo Jesucristo, es no abarcar toda la razón de su venida.

En la misa, la Persona principal es Dios, la Santísima Trinidad. Jesús ejercita su oficio de Mediador, de Persona al servicio de “otro Mayor”. Jesús es el Sacerdote principal, nosotras sacerdotes secundarios, Jesús víctima principal, nosotras víctimas accesorias. Pero Jesús y nosotras formamos el sacerdote y la víctima completos. La actitud constante de Cristo respecto de su Padre es ofrecerse y ofrecernos. La actitud constante de la Dominica de Nazareth respecto de Jesús, es ofrecerle y ofrecerse con él. Oblación de Jesús, oblación de nosotras con Jesús.

Aún fuera de la misa orar de este modo. Es esta una acción eminentemente sacerdotal. (Cf. Const. 117, 119, 120, 122,123).

La religiosa que participa en la Eucaristía es hecha partícipe del misterio del Crucificado resucitado, es decir, de aquel misterio que está en el centro de nuestra fe y de nuestra vida. Juan Pablo II ha escrito: la Eucaristía es la celebración sacramental del anonadamiento voluntario grato al Padre y glorificado con la resurrección. El cristiano aprende a ser en la oblación de sí y en el amor hacia los hermanos ‘eucaristía para el mundo’, así como Cristo ha sido y es siempre en la celebración de la Misa, Eucaristía para el Padre y para la humanidad (cfr. Dominicae Coenae n. 6).

Finalmente, queridas hermanas, ante una sociedad sedienta de Dios nos urge dar respuesta testimonial a esta necesidad del mundo actual desde una vivencia madura y plena de nuestra espiritualidad, centrada en la comunión Trinitaria, en el seguimiento radical de Jesús de Nazaret, Hijo de María en la fraternidad Eucarística y en la contemplación de la Palabra revelada en la cotidianidad de la historia. Así, por el camino del testimonio hablaremos con Dios y de Dios a los hombres de hoy.

No hay que maravillarse de que tal vez el testimonio de una vida eucarística pida hoy, como en los primeros tiempos de la Iglesia, la lógica del martirio: lo evidente de la muerte violenta, pero también lo escondido del dar la vida y la sangre hasta la última gota, día tras día.

Los rasgos luminosos de nuestro rostro eucarístico son los de una Congregación que ama, en el sacramento del amor de Cristo hasta el don de la vida; de una Congregación que cree y sabe, que en la fe posee el secreto de la vida y de la historia y celebra la fe que le ha sido dada; una Congregación que espera y se proyecta hacia el día del Señor; una Congregación destinada a la resurrección, lavada de sus pecados, evangélica en sus compromisos puesto que es evangelizada y evangelizadora. Una Congregación ‘icono de la Trinidad’.

Este rostro eucarístico de la Congregación está destinado a ser mostrado al mundo en la continuidad de vida eucarística que brota de la celebración. Vivamos como celebramos; vivamos lo que se celebra y quede la lección de vida cada día nueva en el don renovado de la Eucaristía.

Naturalmente nuestro rostro de Dominicas de Nazareth no puede no ser un rostro mariano. La Congregación que celebra la Eucaristía recuerda la presencia de María en el misterio eucarístico. La Eucaristía es el ‘corpus natum ex Maria Virgine’. En las plegarias eucarísticas la Virgen María es recordada e invocada. Pero hay más; según la feliz intuición de Pablo VI en la Marialis cultus 16, María es modelo de la Iglesia en el ejercicio del culto divino. Toda celebración eucarística es interiormente mariana porque la Iglesia, y escribo la religiosa, debe conformarse a su modelo de escucha de la Palabra, de gratitud, de invocación del Espíritu, de ofrenda de Cristo, de intercesión por la salvación de todos. En la celebración eucarística y en la vida que brota de ella, María es modelo de la Congregación que vive hasta el fondo el misterio que celebra. Así pues, la Dominica de Nazareth que celebra la Eucaristía debe ser como María, su modelo: humilde, pobre, discreta, fiel a Dios y a su gente, materna y acogedora, reserva de esperanza para la humanidad porque tiende hacia las promesas de Dios que es fiel a su alianza.

¡El cuerpo que consagramos procede y es de la Virgen María! ¡Madre humilde de Nazaret!, ¡Madre de la Hermosura! ¡Custodia viviente! ¡Señora de Pentecostés! ¡En ti adoramos a Dios!

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FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS DE VIDA EUCARÍSTICA Y ESPIRITUAL EN NAZARETH (5)

EUCARISTIA Y VIDA EN NAZARETH

Siendo pues fuente de caridad, la Eucaristía ha ocupado siempre el centro de la vida de los discípulos de Cristo. La veneración a Dios que es Amor nace del culto Eucarístico de esa especie de intimidad en la que el mismo, análogamente a la comida, llena nuestro ser espiritual, asegurándole igual que ellos, la vida. Tal veneración “Eucarística” de Dios corresponde pues estrictamente a sus planes salvíficos.

De tal concepción del culto eucarístico brota el estilo sacramental de la vida del cristiano y por consiguiente de la Dominica de Nazareth. Conducir una vida basada en los sacramentos, animada por el sacerdocio común, significa ante todo por parte de la Dominica de Nazareth, desear que Dios actué en ella para hacerla llegar en el Espíritu “a la plena madurez de Cristo” (Ef 4,13). Dios por su parte no la toca solamente a través de los acontecimientos y con su gracia interna, sino que actúa en ella, con mayor certeza y fuerza, a través de los sacramentos (Cf. Carta de Juan Pablo II, EL Misterio y el culto de la Eucaristía, 1980).

Entre todos los sacramentos, es el de la Santísima Eucaristía el que conduce a plenitud su iniciación de cristiana y confiere al ejercicio del sacerdocio común esta forma sacramental y eclesial que la pone en conexión con el ejercicio del sacerdocio ministerial. De este modo el culto eucarístico es centro y fin de toda la vida sacramental (Cf. Vat.II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia, 9,13).

De esta manera la Eucaristía, como sacrificio y como Sacramento, viene a ser para la hermana, su fuerza, su consuelo y su vida (Const. 125).

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FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS DE VIDA EUCARÍSTICA Y ESPIRITUAL EN NAZARETH (4)

EUCARISTÍA Y VIDA

El carácter trinitario de la plegaria eucarística desvela el sentido trinitario de la Eucaristía: del Padre, por Cristo en el Espíritu Santo.

La Eucaristía es una plegaria filial y una acción paterna de Dios. La plegaria expresa de manera ascendente, hacia Dios Padre, cuanto se da de manera descendente, del Padre hacia nosotros.

La Eucaristía es la presencia de Cristo en su misterio pascual, como sacerdote y víctima, don de Dios a los hombres, don de los hombres a Dios.

La Iglesia que ora y actúa ‘en el Espíritu Santo’, pide y obtiene este don de Cristo que transforma el pan y el vino y reúne a la Iglesia en la unidad del único Cuerpo eclesial. El sacerdote que ora y consagra lo hace ‘en la persona de Cristo y en virtud del Espíritu Santo’.

El Espíritu del Resucitado es aquél que hace la Iglesia y produce ‘comunión’. La Eucaristía aparece así como la experiencia de la máxima comunión a nivel vertical y horizontal, como una imagen viva de la Trinidad.

La Iglesia eucarística es Iglesia trinitaria, hecha a imagen de aquella misteriosa comunión de personas en la única naturaleza. También nosotros ‘aun siendo muchos, somos un solo cuerpo’.

Ahora bien, si la Eucaristía hace la Iglesia, es aquí donde tenemos la máxima experiencia de la comunión con Cristo y entre nosotros que es la esencia misma de la Iglesia. A nivel de signo la Iglesia nunca se parece tanto a sí misma en cuanto pueblo, cuerpo, familia, esposa, templo... como cuando celebra la Eucaristía. Pero nunca posee con tanta intensidad a Cristo y su Espíritu como cuando celebra el misterio eucarístico. Por eso, una Iglesia eucarística debe hacer resplandecer las notas de la Iglesia: unidad y santidad, apostolicidad y catolicidad.

La Eucaristía, revela a la Iglesia como nueva humanidad, renovada por Cristo y por su Espíritu. El compromiso de vivir según el Evangelio proclamado es el signo de una ‘humanización evangélica’. El cristiano que participa en la Eucaristía es hecho partícipe del misterio del Crucificado resucitado, es decir, de aquel misterio que está en el centro de nuestra fe y de nuestra vida.

Juan Pablo II ha escrito: la Eucaristía es la celebración sacramental del anonadamiento voluntario grato al Padre y glorificado con la resurrección. El cristiano aprende a ser en la oblación de sí y en el amor hacia los hermanos ‘eucaristía para el mundo’, así como Cristo ha sido y es siempre en la celebración de la Misa, Eucaristía para el Padre y para la humanidad (cfr. Dominicae Coenae n. 6).

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FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS DE VIDA EUCARÍSTICA Y ESPIRITUAL EN NAZARETH (3)

MEMORIAL PERPETUO.

No se trata aquí del recuerdo entendido como conmemoración, sino de hacer presente y actual el acontecimiento salvífico. La Eucaristía es entonces el memorial de la Pascua de Cristo, es decir, de la obra de la salvación realizada por la vida, la muerte y la resurrección de Cristo, obra que se hace presente por la acción litúrgica. ‘Haced esto en memoria mía’ (Lc 22,19; 1Cor 11,24-25). La Iglesia ha de actualizar hasta el fin de los siglos el sacrificio de la cruz, y ha de hacerlo empleando en su liturgia la misma forma decidida por el Señor en la última Cena.

Un memorial que hace presente y actual el Sacrificio único de Cristo, en sus elementos constitutivos: la misma víctima, el mismo oferente y la misma acción sacrifical, aunque distinta de la manera incruenta de ofrecer. Cuando se celebra la Santa Misa o Eucaristía no somos nosotros los que la celebramos es el mismo Jesús que se ofrece al Padre como Víctima propicia, como acción de gracias.

La Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo, su Señor, no solo como un don entre otros muchos, aunque sea muy valioso, sino como el don por excelencia, porque es don de sí mismo, de su persona en su santa humanidad y, además, de su obra de salvación. Esta no queda relegada al pasado, pues “todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos…” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1085).

Ahora bien, si la Institución de la Eucaristía es el punto de partida y el fundamento de la Eucaristía la anamnesis o memorial de Cristo es lo que constituye la unidad interna de los distintos aspectos de la misma Eucaristía. En ella se actualizan y representan sacramentalmente la muerte y resurrección de Jesucristo; en ella se alaba al Señor presente bajo las especies de pan y vino, se implora su venida definitiva y se realiza la comunión con el Señor. (Cf. La Eucaristía, su Teología y su Pastoral, Comisión Episcopal de Pastoral Litúrgica, México, 2000).

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FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS DE VIDA EUCARÍSTICA Y ESPIRITUAL EN NAZARETH (2)

II. EL SACRIFICIO SACRAMENTAL

En la plenitud de los tiempos, después de treinta años de vida oculta, nuestro Señor Jesucristo -el Mesías de Dios (Lc 9,20), el Hijo del Altísimo, el Santo (Lc 1, 31-35), nacido de mujer (Gál 4,4), nacido de una virgen (Is 7,14; Lc 1,34), enviado de Dios (Jn 3,17), esplendor de la gloria del Padre (Heb 1,3), anterior a Abraham (Jn 8,58), Primogénito de toda criatura (Col 1,15), Principio y fin de todo (Ap 22,13), santo Siervo de Dios (Hch 4,30), Consolador de Israel (Lc 2,25), Príncipe y Salvador (Hch 5,31), Cristo, Dios bendito por los siglos (Rm 9,5)-, durante tres años, predicó el Evangelio a los hombres como Profeta de Dios (Lc 7,16), mostrándose entre ellos poderoso en obras y palabras (24,19).

Y una vez proclamada la Palabra divina, consumó su obra salvadora con el sacrificio de su vida. ‘Primero la Palabra, después el Sacrificio’.

La Eucaristía es ciertamente un sacrificio, como resulta de las mismas palabras de la Institución y, por el sentido fundamental del memorial de la Pasión.


En la Cena del Jueves Santo realiza el Señor la entrega sacrificial de su cuerpo y de su sangre -«mi cuerpo entregado», «mi sangre derramada»-, anticipando ya, en la forma litúrgica del pan y del vino, la entrega física de su cuerpo y de su sangre, la que se cumplirá el Viernes Santo en la cruz.

Para comprender la idea de sacrificio asociada a la vida de Jesús es necesario excluir toda representación que hable de castigo para aplacar la cólera divina. Cuando se habla de sacrificio en la perspectiva de la historia de las religiones se piensa en las formas rituales que los hombres han ideado para llegar a Dios.

En el lenguaje bíblico, la tradición del siervo doliente clarifica que el sacrificio es la oferta voluntaria de sí mismo hasta la muerte. Dios mismo actúa, se da e inicia este Sacrificio, en él otorga la reconciliación. Dios expresa su amor a la humanidad partiendo de la aplicación incansable de Jesús hasta la entrega de sí mismo. ‘El Dios que no perdonó a su propio Hijo, antes lo entregó por todos nosotros, ¿Cómo no nos ha de dar con Él todas las cosas?’ (Rom 8,32).

Es decir que la muerte vicaria del Siervo de Dios se entiende no como sacrificio cultual sino como entrega total de la persona. Y al hablar de sacrificio en la cruz o en la Eucaristía, se trata fundamentalmente de percibir el movimiento de donación de Dios a los hombres y la orientación de Jesús hacia el Padre y, sobre todo su ilimitada confianza en Él. En virtud de las repercusiones que tienen las acciones de cada individuo en la colectividad este gesto incluye a todos. Él representa la respuesta, la aceptación y la afirmación del Padre. Por esto lo esencial del sacrificio es la total dedicación o consagración a Dios. (Cf. Revista de Teología mística, año 85, mayo-junio 2005, No 639).

Por eso entendemos la Eucaristía como forma Sacramental cuyo contenido es el único sacrificio de Jesús. La Eucaristía en cuanto sacrificio sacramental, nos lleva al sacrificio histórico del calvario, y esto a su vez, al Sacrificio de la Humanidad. Y el sacrificio del hombre, consiste en morir al mundo para vivir en Dios.

El punto de partida entonces es el hombre en el acontecimiento del sacrificio y no el rito sacrifical. En esta perspectiva San Agustín nos propone la definición del perfecto y verdadero sacrificio: “Es verdadero sacrificio, toda acción que se realiza para estar en comunión con Dios en la santidad, cada acción orientada hacia aquella finalidad buena, en la que podemos ser verdaderamente felices”.

En otras palabras, sacrificio es la misma vida del hombre, cada acción suya (sacrificio visible), por la cual el hombre pueda realizar con Dios una Sociedad Santa, es decir uniéndose a Él (sacrificio invisible).

El sacrificio histórico de la cruz, se pone en esta tensión universal de la humanidad hacia Dios. Toda humanidad tiene que ofrecer a sí misma un sacrificio a Dios. Y el sacrificio visible de Cristo sobre la cruz, aparece también como Sacramento histórico del sacrificio invisible de la humanidad. Este no es un rito, sino la misma vida de Jesús, ofrecida para todos los hombres. Aquí vemos coincidir perfectamente vida y sacrificio, víctima y oferente, el culto y el hombre. Así ya se anuncia la novedad del Culto Nuevo ‘ Os exhorto, pues hermanos, por la misericordia de Dios, a que os ofrezcáis a vosotros mismos como un sacrificio vivo, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual ‘ ‘El que se preocupa por los días, lo hace por el Señor; el que come lo hace por el Señor, pues da gracias a Dios; y el que no come, lo hace por el Señor, y da gracias a Dios’ (Rom 12,1-2; 14,6-8).

Jesús tiene el poder de ofrecer o de no ofrecer su vida; pero Él la ofrece libremente (Jn 10,18) y una vez para siempre (Hb 9,28). El no muere para sí porque es inocente (Hb 7,26-27) se ofrece así mismo a Dios como Cordero Inmaculado (Hb 9,14), donando su vida como precio de rescate por todos (Mc 10,45; Mt 20,28).

Cristo muere por el pueblo como profetizó sin saberlo Caifás (Jn 11,50); es decir, entre Jesús y el pueblo, existe un vínculo de profunda solidaridad. Esta solidaridad se anuncia y se anticipa en la alianza, que Cristo decreta en el cáliz de su sangre durante la Última Cena. Frente al lenguaje sacrifical de esta Última Cena (Mc 14,22-24) tenemos que afirmar, que “Jesús se haya comparado al Cordero Pascual y haya señalado su muerte, como muerte de la Víctima sacrifical, como sacrificio”.

Entonces, la solidaridad de toda la humanidad con Cristo, no se fundamenta solo en el hecho que Cristo, pertenece a la humanidad, y por lo tanto la representa sustituyéndola, sino también sobre el hecho de que Cristo, es el Jefe de la Nueva Humanidad, la cual tiene que morir a sí misma para vivir en Dios.

Nadie puede dudar, que el sacrificio histórico de Cristo sea el único y definitivo sacrifico de reconciliación de la humanidad con Dios, ni se puede concebir el culto cristiano sino, como aceptación y actuación de aquel único sacrificio de salvación, como gratitud al Padre, la Eucaristía. No puede ser más que “Eucaristía” la manera cristiana del sacrificio, precisamente por la eficacia y actualidad del Sacrificio Único de Cristo. La manera cristiana del sacrificio, no puede ser otra que la Eucaristía, precisamente por la fuerte eficacia y actualidad del Sacrificio Único de Cristo.

El reconocer el “Don” del Padre, es decir Cristo muerto y resucitado, constituye la nueva modalidad que adquiere el sacrifico de la Cruz, en cuanto el Cuerpo de Cristo es ofrecido y su sangre es derramada “por mí”.

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“Ave María” FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS DE VIDA EUCARÍSTICA Y ESPIRITUAL EN NAZARETH

INTRODUCCIÓN

Con humildad me acerco a esta reflexión sobre los Fundamentos teológicos de Vida Eucarística y espiritual en Nazareth, en espíritu de obediencia pedida bondadosamente por mis hermanas, en el II encuentro de Hermanas con responsabilidades de animación en la Curia Generalicia, confiadas ellas y yo, en la gracia de Dios más que en los conocimientos.

Pienso en una Teología que proponga una síntesis dinámica y unitaria de la Eucaristía en consideración del lugar que ella ocupa en la economía de la salvación y la manera con que se celebra y se vive por la Iglesia. Sin duda la visión de los documentos conciliares, surgida primero de Sacrosanctum Concilium consiste en situarlo todo en la perspectiva de la historia de la salvación, que tiene como punto culminante el Misterio Pascual de Cristo muerto, resucitado, vivo y presente en su Iglesia.


La Sagrada escritura atestigua sobreabundantemente la misión del Hijo a este mundo. Así amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito, a fin de que todo el que crea en El, no perezca, sino que alcance la vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él (Jn 3,16).

La misión del Hijo consiste en la Encarnación. El Hijo de Dios con su Encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre (GS 22). Dios se implica a través del Hijo, en lo más profundo y universal de la historia humana.

La misión visible del Verbo tiene como finalidad su misión invisible, que consiste en la relación personal del Verbo con cada uno de los hombres. El mismo en la Última Cena habla de que los cristianos han de injertarse en Él, como el sarmiento en la vid (Cfr. Jn 15,1-8).
Esta unión, se realiza en primer lugar, por la palabra. Por la Encarnación, el Verbo se ha hecho palabra humana en sus gestos y en su conversación, y al revelarse, el Verbo se entrega a sí mismo al hombre y entrega consigo a la Trinidad Beatísima, “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará y vendremos a El y haremos morada el él”, (Jn 14,23).

La unión del Verbo con el hombre, tiene lugar en forma inefable, en la Eucaristía. Por ella, el Verbo se entrega de modo invisible al creyente.

La Eucaristía de la Iglesia se remonta a Jesús y tiene su origen en la última Cena. Esta última cena de Jesús (Mc 14,17) se sitúa en el marco de la celebración Pascual y en el contexto de la pasión.

Toda la creación no le costó a Dios sino una palabra de sus labios: “Dijo Dios y todo fue hecho”. No así la Eucaristía: Mucho le costó a Cristo. Le costó toda su Pasión y su misma muerte de cruz; porque el Cenáculo presupone la cruz; porque no hay Eucaristía sin Misa, porque no es posible la inmolación incruenta del Altar, sin la inmolación cruenta del Calvario.

Por eso consideramos a la Eucaristía, fundamentalmente como sacrificio de la Nueva Alianza, como el misterio de la presencia sacramental de Cristo, como banquete de los frutos de la redención.

Es fundamental comprender las dimensiones profundas de la Eucaristía desde la decisión de Jesús al aceptar voluntariamente el destino de su vida como consecuencia de su obediencia al envío por el Padre y de su amor a los hombres. El punto culminante de su misión lo constituye no solo la muerte, sino sobre todo la resurrección. Este es el misterio que celebra la Eucaristía.

La Eucaristía se presenta como ‘fuente y cima de toda la vida cristiana’, porque es el sacramento, el don más importante que Dios ha dejado: Se ha quedado él mismo bajo la forma de un signo sacramental.

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