jueves, 17 de julio de 2008

“Ave María” FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS DE VIDA EUCARÍSTICA Y ESPIRITUAL EN NAZARETH

INTRODUCCIÓN

Con humildad me acerco a esta reflexión sobre los Fundamentos teológicos de Vida Eucarística y espiritual en Nazareth, en espíritu de obediencia pedida bondadosamente por mis hermanas, en el II encuentro de Hermanas con responsabilidades de animación en la Curia Generalicia, confiadas ellas y yo, en la gracia de Dios más que en los conocimientos.

Pienso en una Teología que proponga una síntesis dinámica y unitaria de la Eucaristía en consideración del lugar que ella ocupa en la economía de la salvación y la manera con que se celebra y se vive por la Iglesia. Sin duda la visión de los documentos conciliares, surgida primero de Sacrosanctum Concilium consiste en situarlo todo en la perspectiva de la historia de la salvación, que tiene como punto culminante el Misterio Pascual de Cristo muerto, resucitado, vivo y presente en su Iglesia.


La Sagrada escritura atestigua sobreabundantemente la misión del Hijo a este mundo. Así amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito, a fin de que todo el que crea en El, no perezca, sino que alcance la vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él (Jn 3,16).

La misión del Hijo consiste en la Encarnación. El Hijo de Dios con su Encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre (GS 22). Dios se implica a través del Hijo, en lo más profundo y universal de la historia humana.

La misión visible del Verbo tiene como finalidad su misión invisible, que consiste en la relación personal del Verbo con cada uno de los hombres. El mismo en la Última Cena habla de que los cristianos han de injertarse en Él, como el sarmiento en la vid (Cfr. Jn 15,1-8).
Esta unión, se realiza en primer lugar, por la palabra. Por la Encarnación, el Verbo se ha hecho palabra humana en sus gestos y en su conversación, y al revelarse, el Verbo se entrega a sí mismo al hombre y entrega consigo a la Trinidad Beatísima, “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará y vendremos a El y haremos morada el él”, (Jn 14,23).

La unión del Verbo con el hombre, tiene lugar en forma inefable, en la Eucaristía. Por ella, el Verbo se entrega de modo invisible al creyente.

La Eucaristía de la Iglesia se remonta a Jesús y tiene su origen en la última Cena. Esta última cena de Jesús (Mc 14,17) se sitúa en el marco de la celebración Pascual y en el contexto de la pasión.

Toda la creación no le costó a Dios sino una palabra de sus labios: “Dijo Dios y todo fue hecho”. No así la Eucaristía: Mucho le costó a Cristo. Le costó toda su Pasión y su misma muerte de cruz; porque el Cenáculo presupone la cruz; porque no hay Eucaristía sin Misa, porque no es posible la inmolación incruenta del Altar, sin la inmolación cruenta del Calvario.

Por eso consideramos a la Eucaristía, fundamentalmente como sacrificio de la Nueva Alianza, como el misterio de la presencia sacramental de Cristo, como banquete de los frutos de la redención.

Es fundamental comprender las dimensiones profundas de la Eucaristía desde la decisión de Jesús al aceptar voluntariamente el destino de su vida como consecuencia de su obediencia al envío por el Padre y de su amor a los hombres. El punto culminante de su misión lo constituye no solo la muerte, sino sobre todo la resurrección. Este es el misterio que celebra la Eucaristía.

La Eucaristía se presenta como ‘fuente y cima de toda la vida cristiana’, porque es el sacramento, el don más importante que Dios ha dejado: Se ha quedado él mismo bajo la forma de un signo sacramental.

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