En Nazaret cada uno tiene su propia misión y ministerios. Y por ello, no dejan de ser la perfecta Trinidad en la tierra la perfecta comunidad en la vida oculta de obediencia, pobreza, virginidad y trabajo.
Contempla a Jesús “…y les estaba sujeto” (Lc 2,51). Al contemplarle crece nuestro deseo de anonadamiento, humildad y obediencia. «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16). Este es el don inconmensurable de la salvación; esta es la obra de la redención.
Contempla a María “conservando en el corazón” tanto en momentos de gozo (Belén) como de dolor (pérdida en el templo) Treinta años de fe creyendo que era Dios aquel niño tan normal y escondido. Actitud de alma contemplativa, imperturbable y serena, <<profundizando en el abismo del misterio que es el Verbo Encarnado>>.
Contempla a Jesús “…y les estaba sujeto” (Lc 2,51). Al contemplarle crece nuestro deseo de anonadamiento, humildad y obediencia. «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16). Este es el don inconmensurable de la salvación; esta es la obra de la redención.
Contempla a María “conservando en el corazón” tanto en momentos de gozo (Belén) como de dolor (pérdida en el templo) Treinta años de fe creyendo que era Dios aquel niño tan normal y escondido. Actitud de alma contemplativa, imperturbable y serena, <<profundizando en el abismo del misterio que es el Verbo Encarnado>>.
María en el hogar bendito de Nazaret es nuestro modelo: obedeciendo a José y haciendo el oficio de Madre de Jesús se nos propone como ejemplar de súbdita y de superiora (Const. 55).
Contempla a José, “contemplativo en la acción” trabaja, descansa, habla, calla, sin perder de vista a Jesús y a la Virgen. La Clave de la santidad de José es su fe y amor ocultos en el momento presente. El espíritu de Nazaret con José debe vivirse también en la calle que es el lugar del combate, el contemplativo en la acción porque Nazaret descifra el enigma del apostolado fecundo.
Sobre Jesús recién nacido, luego niño, adolescente, joven y hombre maduro, el Padre eterno pronuncia las palabras del anuncio profético: «Yo seré para él padre y él será para mí hijo» (2S 7,14). A los ojos de los habitantes de Belén, Nazaret y Jerusalén, el padre de Jesús es José. Y el carpintero de Nazaret sabe que, de algún modo, es exactamente así. Lo sabe, porque cree en la paternidad de Dios y es consciente de haber sido llamado a compartirla en cierta medida (cf. Ef 3, 14-15).
La vida de Nazareth implica vivir el Evangelio del trabajo a imitación del trabajo artesanal de Jesús, de sus fatigas apostólicas y de su ininterrumpida labor redentora y santificadora desde su ocultamiento en el Sagrario. Nos asociamos a Él mediante el trabajo apostólico, en los oficios domésticos, en el estudio y cultivo intelectual y aún en la inactividad causada por el desgaste o enfermedad, vividos en una creciente intensidad de amor (Const. 111)
« ¡Qué gran ejemplo de convivencia cotidiana! afirmaba León XIII, refiriéndose a la Sagrada Familia. ¡Qué perfecta imagen de un hogar! Allí se vive con sencillez de costumbres y calor humano; en constante armonía de sentimientos; sin desorden, con mutuo respeto; con amor sincero, sin fingimientos, plenamente operativo por la perseverancia en el cumplimiento del deber, que tanto atrae a los que lo contemplan» (León XIII, Enc. Laetitiae sanctae). Es allí donde debemos mirar para reproducir en nuestra familia religiosa el ejemplo de Jesús, María y José.
Dominica de Nazareth, ¡vive en Nazaret! “…y todo te será ¡tan fácil! Esa felicidad que te rebosa la irás aumentando si no le niegas nada a Jesús y vives con Él dentro de tu alma. Aficiónate más y más a la vida oculta, en Nazaret, mirando a María y a José.
Ojalá que cada comunidad local y todas nuestras casas, sean los verdaderos hogares de Nazareth, sean un perfecto retrato de ese Nazaret de Palestina, donde se encuentre el silencio, la paz reine y el amor fraternal llene nuestros corazones, donde siempre se ame a Jesús en la Eucaristía y a su Madre la virgen, y donde no se halle otra cosa que amor a Cristo Jesús, amor y siempre amor.
El Señor, conceda a cada Dominica Hija de Nuestra Señora de Nazareth trabajar mucho por él en el campo de las almas de los niños, de los jóvenes de los ancianos de todas las personas que él mismo nos confía para que los llevemos siempre por el camino de la virtud y los alimentemos con el Pan sólido de su doctrina.
Que sembremos mucho y otros recojan y la recompensa sea nuestro cielo y no las vanas alabanzas de la tierra, y que cuando rendidas de fatiga, nos sintamos desfallecer, sepamos descansar a los pies del Sagrario con María y José.
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