Es la presencia de Dios quien convierte a un lugar a una cosa en santo y sagrado. Horeb la montaña de Dios, tierra pisada por Moisés no era santa antes de la revelación de Yahveh.
El pueblo de Israel guardaba en un cofre de oro lo más santo que tenía: las Tablas de la ley, un poco de Maná y la Vara de Aarón (Hb 9,4). Eran símbolos de lo sagrado. En el NuevoTestamento ya no guardamos en el Sagrario unos símbolos de algo sagrado, sino algo divino: Jesús bajo el signo sacramental del Pan.
En nuestra Iglesia existen Sagrarios, precisamente porque creemos que Jesús está presente en la Hostia Consagrada. Lo adoramos en el Santísimo Sacramento.
“La Eucaristía es un Sacramento de fe”. Cristo Señor está presente en el Sacramento de la Eucaristía por la transubstanciación que es el misterio de Jesús escondido, más escondido que en el seno de su Madre, más escondido que en la barca de los apóstoles, más escondido aún que en el sepulcro. Es el misterio de su amor, del amor que lo hizo inventar el milagro del altar; del amor que venciendo las leyes de la naturaleza dejó los accidentes separados de su propia sustancia para cubrir su sustancia divina. “Presencia VERDADERA, REAL Y SUSTANCIAL”.
Es en el Sacrificio de la Misa en donde Cristo se hace Sacramentalmente presente “Esto es mi Cuerpo” “Esta es mi Sangre” “Haced esto en memoria mía”. (Lc 22,19-20).
La Santa Misa es Eterna. En ella vivimos todo el poema de la Salvación que abarca cielo y tierra. La misa del altar pasa; aunque teniendo en cuenta las diversas latitudes, se continúa sin interrupción en otros altares. La misa del corazón no pasa dura siempre. Así como el sacrificio del calvario duró solamente unas tres horas; pero el Sacrificio Intimo de Jesús duró treinta y tres años. Los dos sacrificios los quiso perpetuar en la tierra.
El pueblo de Israel guardaba en un cofre de oro lo más santo que tenía: las Tablas de la ley, un poco de Maná y la Vara de Aarón (Hb 9,4). Eran símbolos de lo sagrado. En el NuevoTestamento ya no guardamos en el Sagrario unos símbolos de algo sagrado, sino algo divino: Jesús bajo el signo sacramental del Pan.
En nuestra Iglesia existen Sagrarios, precisamente porque creemos que Jesús está presente en la Hostia Consagrada. Lo adoramos en el Santísimo Sacramento.
“La Eucaristía es un Sacramento de fe”. Cristo Señor está presente en el Sacramento de la Eucaristía por la transubstanciación que es el misterio de Jesús escondido, más escondido que en el seno de su Madre, más escondido que en la barca de los apóstoles, más escondido aún que en el sepulcro. Es el misterio de su amor, del amor que lo hizo inventar el milagro del altar; del amor que venciendo las leyes de la naturaleza dejó los accidentes separados de su propia sustancia para cubrir su sustancia divina. “Presencia VERDADERA, REAL Y SUSTANCIAL”.
Es en el Sacrificio de la Misa en donde Cristo se hace Sacramentalmente presente “Esto es mi Cuerpo” “Esta es mi Sangre” “Haced esto en memoria mía”. (Lc 22,19-20).
La Santa Misa es Eterna. En ella vivimos todo el poema de la Salvación que abarca cielo y tierra. La misa del altar pasa; aunque teniendo en cuenta las diversas latitudes, se continúa sin interrupción en otros altares. La misa del corazón no pasa dura siempre. Así como el sacrificio del calvario duró solamente unas tres horas; pero el Sacrificio Intimo de Jesús duró treinta y tres años. Los dos sacrificios los quiso perpetuar en la tierra.
Podemos entonces descubrir en la Vida de Jesús Eucaristía tres etapas, tres manifestaciones elocuentes, tres ascensiones en que su amor se acrecentó hasta amarnos sin medida.
· El Sagrario (permanencia sacramental Divinidad-Humanidad)
· El Altar (Renovación del Sacrificio, actualización de la salvación que El nos ofrece).
· El Corazón
Podría decir que la presencia de Jesús Eucaristía en el Sagrario es como una prolongación de la Santa Misa en cuánto a la permanencia Sacramental.
En el Sagrario es nuestro Compañero, en el Altar nuestra Víctima y en el Corazón nuestra Vida. Así lo vemos. Su presencia perpetúa su inmolación constante, su donación total.
La comunión Sacramental nos une a Cristo de una manera tan íntima que no acabamos de comprender. Jesús viene a unirse a la persona con una unión vital, viene a infundirle su propia vida; en esos momentos ella puede exclamar: “Ya no vivo yo, Cristo es quien vive en mí” “Soy Sagrario”. El en Persona está en mí. Aún cuando después de más o menos tiempo, desaparezca la presencia eucarística; sin embargo su acción, su influjo vital, su acción vivificadora se prolonga y perdura. Puedo alegrarme y regocijarme porque me voy haciendo Cristo.
El Sagrario es el corazón de Jesucristo, es el lugar de la permanencia sacramental. Es el lugar de encuentro, de comunión. En el "Sagrario inerte", la Presencia Eucarística de Jesús no actúa eficazmente en sí, yace inactiva pero en el "Sagrario Vivo" el efecto espiritual está en relación directa con la fe y la apertura hacia el hermano.
La acción es siempre vivificante y transformante. Comer el Cuerpo de Cristo es hacernos más Jesús, es llegar a la imagen perfecta de Jesús cada día. Es el contacto íntimo de comunión que al recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sentimos que todo nuestro ser se enajena y transfigura, porque una nueva vida, la misma vida divina de Cristo se transfunde en nuestra alma.
El alma de Cristo penetra la nuestra y la agranda inmensamente y mientras duran las especies sacramentales vivimos en una intimidad tal que sobrepuja toda unión terrestre; cuando desaparecen las especies y Cristo no está corporalmente presente, permanecen para unirnos con El por medio de la fe, esperanza y caridad. Así el contacto con la Eucaristía resulta permanente. El nos absorbe.
"El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna" (Jn 6, 54).
“Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida" (Jn 6,55. "Tal como el Padre vive, y yo vivo del Padre así el que come, vivirá por mí..." (Jn 6,57). La vida divina vertiéndose sobre el que se acerca a la sagrada Eucaristía.
¿Puede haber algo más íntimo que participar de la vida misma de Cristo? ¿Puede haber algo más alto y más sublime que participar de la misma vida de Dios, que del Padre se ha volcado sobre el Hijo y del Hijo ahora se vuelca sobre nosotros, cuando comulgamos en el Altar de Dios?
Cuando comulgamos no solo comulgamos el Cuerpo de Jesús Salvador sino su Cuerpo místico entero, su cuerpo total, es decir todos sus hermanos los hombres, los de la tierra y los del cielo: el universo.
Cuando no acogemos a Cristo entero y nos retraemos o abstenemos de realizar la unión completa ofrecida por el Señor, nos hacemos unos subalimentados (espiritualmente) que no gozamos y manifestamos una relación vital con el Señor. En lógica consecuencia todos los comulgantes deberíamos ser santos. Con múltiples variaciones todos deberíamos irradiar a Cristo.
¡María, Primer Sagrario Viviente! Tabernáculo en que Cristo se revistió de nuestra naturaleza y se albergó por nueve meses, ¡Casa de la Hermosura!, enséñanos a comulgar, alcánzanos penetrar en ese tabernáculo de gloria en donde lo humano y lo divino se encuentran en ese abrazo que nunca podrá deshacerse...
Ahora bien. ¿Cómo relacionar a Cristo en el Sagrario con la presencia del Señor en la Biblia? Cristo dentro del Sagrario cerrado y Cristo en la Biblia que espera ser leída. El Jesús del evangelio es el mismo del Sagrario “La Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros y hemos contemplado su gloria que recibe del Padre como Hijo Unico” (Jn 1,14).
El Jesús del Evangelio:
· Es el mismo de Belén envuelto en los pañales de la Hostia que lo cubren, lo retienen, lo aprisionan. Aparece débil, impotente y silencioso en el Sagrario. Como tiene hambre y sed de amor te habla con el lenguaje de la cuna.
· El de Nazareth, el Niño, el joven Obrero, esa casita, ese taller, ese santuario de oración no ha cambiado sino de dimensiones y de nombre “Sagrario”. Es la misma morada, más pequeña, más humilde del Rey del Amor. Y allí vive hace 20 siglos para interceder por nosotros.
· Bethania es el Sagrario, la casa de la amistad donde podemos descansar a los pies de Jesús y derramar nuestro corazón en el suyo. Allí es dónde Jesús descansa y espera encontrar corazones amigos donde desahogar sus más íntimas confidencias. “Bethania Eucarística”
· El mismo Jesús junto al pozo de Jacob sediento de almas pecadoras “Tengo Sed” ¡Dame de beber!”. Jesús Hostia ha sabido despertar otra sed insaciable, la de amarlo sin medida...
· El Sagrario también reproduce las horas sombrías de lucha, de ultrajes, de agonía, ante sus enemigos que no se desarman ni se cansan. De manera que el Sagrario Eucarístico se convierte a veces en el calabozo de la noche del Jueves Santo, cuando Jesús fue entregado a la soldadesca ebria de vino y de odio. Jesús Rey prisionero, encadenado por su amor.
· Entre las horas de agonía y de tinieblas, ninguna quizá tan cruel como la de Gethsemaní; allá en el Jardín de los Olivos, y aquí, muy cerca de nosotros, en el fondo de los Sagrarios. En uno y en otro, la misma visión del pecado, el mismo cáliz de ingratitud, la misma actividad de los traidores, la misma audacia de los verdugos.
La palabra humana-divina de la Escritura y la persona humano-divina de Jesucristo son una sola cosa, el único lugar donde Dios y hombre se encuentran.
“Comer el Verbo bajo la especie de la Palabra” ( Orígenes ). Y “Comer el Verbo bajo la especie Sacramental”.
En la Eucaristía doble banquete: mensa Verbi et mensa Sacramenti.
El Sagrario nos habla del silencio de Cristo, de un Dios que calla; la historia humana tiene tantos silencios de Dios, sin embargo también podemos decir que nuestra historia es un Sagrario por su Encarnación ( Consagración sustantiva ) y Permanencia Eucarística. Cristo, preexistente y eterno en cuánto Dios, quiso asumir en el tiempo la naturaleza humana, haciéndose de verdad Hombre con los hombres.
· El Sagrario (permanencia sacramental Divinidad-Humanidad)
· El Altar (Renovación del Sacrificio, actualización de la salvación que El nos ofrece).
· El Corazón
Podría decir que la presencia de Jesús Eucaristía en el Sagrario es como una prolongación de la Santa Misa en cuánto a la permanencia Sacramental.
En el Sagrario es nuestro Compañero, en el Altar nuestra Víctima y en el Corazón nuestra Vida. Así lo vemos. Su presencia perpetúa su inmolación constante, su donación total.
La comunión Sacramental nos une a Cristo de una manera tan íntima que no acabamos de comprender. Jesús viene a unirse a la persona con una unión vital, viene a infundirle su propia vida; en esos momentos ella puede exclamar: “Ya no vivo yo, Cristo es quien vive en mí” “Soy Sagrario”. El en Persona está en mí. Aún cuando después de más o menos tiempo, desaparezca la presencia eucarística; sin embargo su acción, su influjo vital, su acción vivificadora se prolonga y perdura. Puedo alegrarme y regocijarme porque me voy haciendo Cristo.
El Sagrario es el corazón de Jesucristo, es el lugar de la permanencia sacramental. Es el lugar de encuentro, de comunión. En el "Sagrario inerte", la Presencia Eucarística de Jesús no actúa eficazmente en sí, yace inactiva pero en el "Sagrario Vivo" el efecto espiritual está en relación directa con la fe y la apertura hacia el hermano.
La acción es siempre vivificante y transformante. Comer el Cuerpo de Cristo es hacernos más Jesús, es llegar a la imagen perfecta de Jesús cada día. Es el contacto íntimo de comunión que al recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sentimos que todo nuestro ser se enajena y transfigura, porque una nueva vida, la misma vida divina de Cristo se transfunde en nuestra alma.
El alma de Cristo penetra la nuestra y la agranda inmensamente y mientras duran las especies sacramentales vivimos en una intimidad tal que sobrepuja toda unión terrestre; cuando desaparecen las especies y Cristo no está corporalmente presente, permanecen para unirnos con El por medio de la fe, esperanza y caridad. Así el contacto con la Eucaristía resulta permanente. El nos absorbe.
"El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna" (Jn 6, 54).
“Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida" (Jn 6,55. "Tal como el Padre vive, y yo vivo del Padre así el que come, vivirá por mí..." (Jn 6,57). La vida divina vertiéndose sobre el que se acerca a la sagrada Eucaristía.
¿Puede haber algo más íntimo que participar de la vida misma de Cristo? ¿Puede haber algo más alto y más sublime que participar de la misma vida de Dios, que del Padre se ha volcado sobre el Hijo y del Hijo ahora se vuelca sobre nosotros, cuando comulgamos en el Altar de Dios?
Cuando comulgamos no solo comulgamos el Cuerpo de Jesús Salvador sino su Cuerpo místico entero, su cuerpo total, es decir todos sus hermanos los hombres, los de la tierra y los del cielo: el universo.
Cuando no acogemos a Cristo entero y nos retraemos o abstenemos de realizar la unión completa ofrecida por el Señor, nos hacemos unos subalimentados (espiritualmente) que no gozamos y manifestamos una relación vital con el Señor. En lógica consecuencia todos los comulgantes deberíamos ser santos. Con múltiples variaciones todos deberíamos irradiar a Cristo.
¡María, Primer Sagrario Viviente! Tabernáculo en que Cristo se revistió de nuestra naturaleza y se albergó por nueve meses, ¡Casa de la Hermosura!, enséñanos a comulgar, alcánzanos penetrar en ese tabernáculo de gloria en donde lo humano y lo divino se encuentran en ese abrazo que nunca podrá deshacerse...
Ahora bien. ¿Cómo relacionar a Cristo en el Sagrario con la presencia del Señor en la Biblia? Cristo dentro del Sagrario cerrado y Cristo en la Biblia que espera ser leída. El Jesús del evangelio es el mismo del Sagrario “La Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros y hemos contemplado su gloria que recibe del Padre como Hijo Unico” (Jn 1,14).
El Jesús del Evangelio:
· Es el mismo de Belén envuelto en los pañales de la Hostia que lo cubren, lo retienen, lo aprisionan. Aparece débil, impotente y silencioso en el Sagrario. Como tiene hambre y sed de amor te habla con el lenguaje de la cuna.
· El de Nazareth, el Niño, el joven Obrero, esa casita, ese taller, ese santuario de oración no ha cambiado sino de dimensiones y de nombre “Sagrario”. Es la misma morada, más pequeña, más humilde del Rey del Amor. Y allí vive hace 20 siglos para interceder por nosotros.
· Bethania es el Sagrario, la casa de la amistad donde podemos descansar a los pies de Jesús y derramar nuestro corazón en el suyo. Allí es dónde Jesús descansa y espera encontrar corazones amigos donde desahogar sus más íntimas confidencias. “Bethania Eucarística”
· El mismo Jesús junto al pozo de Jacob sediento de almas pecadoras “Tengo Sed” ¡Dame de beber!”. Jesús Hostia ha sabido despertar otra sed insaciable, la de amarlo sin medida...
· El Sagrario también reproduce las horas sombrías de lucha, de ultrajes, de agonía, ante sus enemigos que no se desarman ni se cansan. De manera que el Sagrario Eucarístico se convierte a veces en el calabozo de la noche del Jueves Santo, cuando Jesús fue entregado a la soldadesca ebria de vino y de odio. Jesús Rey prisionero, encadenado por su amor.
· Entre las horas de agonía y de tinieblas, ninguna quizá tan cruel como la de Gethsemaní; allá en el Jardín de los Olivos, y aquí, muy cerca de nosotros, en el fondo de los Sagrarios. En uno y en otro, la misma visión del pecado, el mismo cáliz de ingratitud, la misma actividad de los traidores, la misma audacia de los verdugos.
La palabra humana-divina de la Escritura y la persona humano-divina de Jesucristo son una sola cosa, el único lugar donde Dios y hombre se encuentran.
“Comer el Verbo bajo la especie de la Palabra” ( Orígenes ). Y “Comer el Verbo bajo la especie Sacramental”.
En la Eucaristía doble banquete: mensa Verbi et mensa Sacramenti.
El Sagrario nos habla del silencio de Cristo, de un Dios que calla; la historia humana tiene tantos silencios de Dios, sin embargo también podemos decir que nuestra historia es un Sagrario por su Encarnación ( Consagración sustantiva ) y Permanencia Eucarística. Cristo, preexistente y eterno en cuánto Dios, quiso asumir en el tiempo la naturaleza humana, haciéndose de verdad Hombre con los hombres.
La Encarnación históricamente supuso asumir una carne de pecado (Rm 8,3) y hacerse pecado por nosotros (2 Cor 5,21). Pero, a la vez, supone una intrínseca Consagración de esa realidad profana asumida por la Persona del Verbo. Desde ese momento la naturaleza humana de Cristo, sin confundirse nunca con su naturaleza divina y sin perder su índole propia de creatura, quedó transida de divinidad, ungida y consagrada por la unión hipostática.
De Jesús, el Cristo Salvador glorificado, brotará la salvación para todos los pueblos, los de antes de su venida y después de su venida, porque "de su plenitud todos hemos recibido" ( Jn 1,16 ). "Cristo centro de toda historia".
¡Anonadado por Amor! ¡Compañero silencioso de camino! ¡Gloria a Ti por siempre!
Madre amadísima, condúceme a la mesa de la Palabra, a la mesa de la Eucaristía y a la mesa de la vida, al amor por mis hermanos.
Madre amadísima, condúceme a la mesa de la Palabra, a la mesa de la Eucaristía y a la mesa de la vida, al amor por mis hermanos.
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