Mística significa sencillamente la capacidad de enamorarse de Dios. Es tensión hacia el Todo, hacia el Eterno. Es considerar a Dios más real que las cosas visibles y por tanto más digno de amor que ninguna otra realidad, más “bello” que todas las bellezas creadas, más deseable que cualquier otra persona o cosa.
La mística es una subdivisión de la teología moral en cuanto nos enseña el camino del reino de Dios.
La Teología mística, no es otra cosa que la oración. Las dos no son más que una misma cosa. Tenemos dos principales ejercicios de nuestro amor hacia Dios:
· Afectivo por el cual nos aficionamos a Dios y a lo que nos agrada; nos une a la bondad de Dios; nos llena de complacencia, de benevolencia de fervores, de anhelos, de suspiros y de ardores espirituales. Nos lleva a complacernos en Dios y a concebir buenos deseos. Este consiste principalmente en la oración que comprende todos los actos de la contemplación.
· Efectivo por el cual servimos a Dios y hacemos lo que nos ordena; nos hace ejecutar su voluntad, nos comunica la sólida resolución, la firmeza de ánimo y la inquebrantable obediencia necesaria para cumplir la voluntad divina, y para sufrir, aceptar aprobar y abrazar todo lo que viene de su beneplácito. Nos lleva a agradar a Dios y a engendrar las buenas obras.
Entonces, el amor a Dios, la caridad, se ejercita en actos de amor (caridad afectiva) lo más intensos, fervorosos, lo más sinceros que nos sea posible. No importa que no pueda intervenir la sensibilidad porque solo dependen de la voluntad ayudada de la gracia que nunca nos falta. Desear amar a Dios es ya amarlo y poseerlo. Querer amar a Dios es ya un acto de amor porque en este caso querer amar es ya el acto mismo del amor.
Después del amor afectivo debemos ejercitar el amor efectivo, es decir el amor a su Voluntad santísima en todos sus preceptos, en todas sus permisiones, en todos sus deseos, en una palabra, en cualquier forma en que pueda presentarse o de hecho se presente.
Ahora bien, recordemos lo que es el amor en el ser humano. Ninguna naturaleza creada, ni la del más perfecto de los ángeles, puede obrar por sí misma; para hacerlo necesita de las facultades o potencias. El alma humana tiene dos: el entendimiento para conocer y la voluntad para amar. La voluntad es una facultad ciega: solo puede amar lo que el entendimiento le presenta como amable.
Además, ni el entendimiento está siempre conociendo, ni la voluntad siempre amando; es decir, son potencias que necesitan ponerse en acto. La voluntad mueve al entendimiento para que conozca de hecho. Y la amabilidad del objeto que descubre el entendimiento mueve a la voluntad para que lo ame.
Con excepción de la naturaleza del alma, todo lo demás es accidental: el entendimiento y la voluntad son accidentes; sus actos, es decir, el conocimiento y el amor, son accidentes también; por tanto, algo sobreañadido a lo que es sustancial, que puede perderse sin que lo sustancial se pierda.
En Dios no hay sustancia y accidentes, naturaleza y facultades, potencias y actos de las potencias. Todo en El es simplísimo. El ser simplísimo de Dios es AMOR...Amor siempre en acto, amor que ama siempre. Amar es el ser de Dios, es la existencia de Dios.
Debemos comprender que la perfección no es otra cosa que el amor, la caridad llevada a su perfección. Ser perfecto es amar mucho, es amar plenamente, es amar con un amor puro, generoso, fecundo.
La mística es una subdivisión de la teología moral en cuanto nos enseña el camino del reino de Dios.
La Teología mística, no es otra cosa que la oración. Las dos no son más que una misma cosa. Tenemos dos principales ejercicios de nuestro amor hacia Dios:
· Afectivo por el cual nos aficionamos a Dios y a lo que nos agrada; nos une a la bondad de Dios; nos llena de complacencia, de benevolencia de fervores, de anhelos, de suspiros y de ardores espirituales. Nos lleva a complacernos en Dios y a concebir buenos deseos. Este consiste principalmente en la oración que comprende todos los actos de la contemplación.
· Efectivo por el cual servimos a Dios y hacemos lo que nos ordena; nos hace ejecutar su voluntad, nos comunica la sólida resolución, la firmeza de ánimo y la inquebrantable obediencia necesaria para cumplir la voluntad divina, y para sufrir, aceptar aprobar y abrazar todo lo que viene de su beneplácito. Nos lleva a agradar a Dios y a engendrar las buenas obras.
Entonces, el amor a Dios, la caridad, se ejercita en actos de amor (caridad afectiva) lo más intensos, fervorosos, lo más sinceros que nos sea posible. No importa que no pueda intervenir la sensibilidad porque solo dependen de la voluntad ayudada de la gracia que nunca nos falta. Desear amar a Dios es ya amarlo y poseerlo. Querer amar a Dios es ya un acto de amor porque en este caso querer amar es ya el acto mismo del amor.
Después del amor afectivo debemos ejercitar el amor efectivo, es decir el amor a su Voluntad santísima en todos sus preceptos, en todas sus permisiones, en todos sus deseos, en una palabra, en cualquier forma en que pueda presentarse o de hecho se presente.
Ahora bien, recordemos lo que es el amor en el ser humano. Ninguna naturaleza creada, ni la del más perfecto de los ángeles, puede obrar por sí misma; para hacerlo necesita de las facultades o potencias. El alma humana tiene dos: el entendimiento para conocer y la voluntad para amar. La voluntad es una facultad ciega: solo puede amar lo que el entendimiento le presenta como amable.
Además, ni el entendimiento está siempre conociendo, ni la voluntad siempre amando; es decir, son potencias que necesitan ponerse en acto. La voluntad mueve al entendimiento para que conozca de hecho. Y la amabilidad del objeto que descubre el entendimiento mueve a la voluntad para que lo ame.
Con excepción de la naturaleza del alma, todo lo demás es accidental: el entendimiento y la voluntad son accidentes; sus actos, es decir, el conocimiento y el amor, son accidentes también; por tanto, algo sobreañadido a lo que es sustancial, que puede perderse sin que lo sustancial se pierda.
En Dios no hay sustancia y accidentes, naturaleza y facultades, potencias y actos de las potencias. Todo en El es simplísimo. El ser simplísimo de Dios es AMOR...Amor siempre en acto, amor que ama siempre. Amar es el ser de Dios, es la existencia de Dios.
Debemos comprender que la perfección no es otra cosa que el amor, la caridad llevada a su perfección. Ser perfecto es amar mucho, es amar plenamente, es amar con un amor puro, generoso, fecundo.
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