sábado, 24 de mayo de 2008

NUCLEOS PROBLEMÁTICOS (3)

3. ¿Qué criterios claros podemos establecer hoy con respecto a la expresividad afectiva entre las Hermanas, con la familia y con los seglares?

La afectividad una línea de expresión necesaria y al igual que cualquier forma de vida requiere cultivo. Siento que este es un punto bastante amplio y un tanto complejo ya que la afectividad es una realidad conflictiva y pluriforme, es una de las áreas privilegiadas donde el conflicto humano se manifiesta más fuertemente. Es pluriforme porque puede adoptar muchas modalidades, enrutarse por diferentes rumbos.

La consagración atraviesa todo el proceso de relación y emoción de la persona, identificando una manera propia de establecer vínculos afectivos y formas de expresión, tanto en las relaciones fraternas en el ámbito interno de la vida comunitaria como las amistades de fuera y en relación a la familia, desde el ser hombre/mujer. En ella pueden darse las más sublimes manifestaciones de donación y desprendimiento, junto con las situaciones equívocas o incluso compromisos abiertamente negativos.


Pienso que en la Vida religiosa es esencial:

  • El cultivo del amor fraterno en el ámbito de la convivencia comunitaria

  • El cultivo de la amistad que transforma el amor en fuente de bendición para sí y para los hermano/as.

  • Saber poner a disposición del reino inaugurado por Jesús todas las posibilidades personales de amor y servicio.

  • Aprender a abrirse a una dimensión del amor que ya no se limita al círculo familiar, sino que sin excluirlos se expande a la fraternidad de los hermano/as de consagración y le hace libre para la misión.

  • Las opciones pastorales están marcadas por la afectividad y deben ser formas concretas de amar, inspiradas en el contenido del amor del Padre y por el modelo de las elecciones y la fidelidad de Jesús.

  • No perder de vista la dimensión de proceso que tiene la afectividad, ya que ella está presente en toda la historia de cada vida consagrada.

  • Hacer un camino de libertad interior que continuamente se libera y se construye
    · por la sana confianza de sí
    · la correcta percepción de sí y de la realidad
    · la autonomía y la capacidad de sentido
    · la capacidad de soledad del corazón.

    A. ¿De qué modo es deseable que la mujer consagrada integre sus sentimientos propiamente femeninos: Deseo de pertenecer, deseo de agradar, deseo de dar vida, en el servicio al Reino de Dios?

    El amor humano se espiritualiza por la alteridad, por la salida de sí mismo y donación al otro. La mujer como todo ser humano se realiza por la auto posesión, pero también en la relación; por la interioridad de experimentarse como diferente y por la exterioridad de ser llamada a la comunión.

    Lo femenino es vivido en las tres dimensiones de compañera, esposa y madre.

    La mujer es compañera en la vida de la Iglesia por la perspectiva particular de interpretar la Palabra de Dios y de vivir la espiritualidad. La mujer tiene su manera de escuchar y de entender la Palabra. Ella la interioriza de un modo propio engendrando una forma específica de espiritualidad y fecunda desde ahí su manera de pensar teológicamente la fe. Ella sabe descubrir el rostro materno de Dios, de la Creación, de la Historia, de la Iglesia. La mujer contribuye desde su alteridad para la lectura de la Palabra de Dios.

    Carlos Mesters dice que cuánto más la mujer se descubra y tome conciencia de su condición, tiene una luz nueva que saca del texto cosas que la otra mirada, la del hombre no percibe. Milton Schwantes, pastor luterano, piensa que los hombres tienen una tendencia a generalizar, la mujer tiene más sensibilidad.

    Hay también una manera diferente de vivir la espiritualidad en cuanto que la mujer se deja trabajar por el Espíritu Santo. Tiene una manera propia de experimentar a Dios, tiene una manera propia de actuar. La mujer no separa cabeza y corazón, sensibilidad y razón. Hay muchas mujeres que son dotadas de una intuición profunda sobre la vida humana, capaces de aconsejar, de intuír dificultades, de expresarla, de confortar, de proponer salidas, de confirmar la fe de muchos.

    Hay una espiritualidad diferente en la mujer del Cap. 12 de Juan, que interrumpe el banquete y no mide riesgos ni desprecios; también en la acción de la viuda tres veces pobre, por desamparada en una sociedad machista, por ser mujer y por no tener recursos económicos, pero que busca en Dios toda su riqueza. Lc 21.

    La mujer sabe encontrar fuerzas dentro de sí para esperar contra toda esperanza.

    La mujer, compañera en la acción pastoral, cuando como persona consagrada participa de proyectos de la Iglesia, parroquiales o en obras propias del Instituto. Sigue siendo siempre una mujer que tiene aportes que le son propios.

    Delante de algunas puertas cerradas para la mujer en la Iglesia, queda siempre abierta la puerta del profetismo. María y otras mujeres enseñan en la historia de la Iglesia la participación femenina en la obra de la Salvación.

    La mujer no se realiza en la pura conciencia de su alteridad. Como todo ser humano -también el varón- ella está llamada a vivir en la comunión, a ser esposa.

    El amor esponsal incorpora en una única realidad los amores que han llegado de fuentes diferentes. La mujer tiene una identidad propia. Una “inseidad” metafísica que la constituye como persona. Pero el dinamismo de la persona implica también el llamado para crear una nueva unidad, un nosotros, una comunión.

    Si el carácter esponsalicio reside fundamentalmente en el amor fecundo que une, pero también recrea nuevas vidas, este carácter, puede ser atribuido también a la virginidad, que es un profundo amor unitivo con su propia fecundidad en el orden espiritual. La relación sexual del hombre y la mujer no agota la unidad esponsal. Ahí se encuentra toda la posibilidad humana de hablar de una analogía entre la pareja y el misterio de Cristo y de la Iglesia.

    La fecundidad en el caso de la mujer se expresa por la “maternidad”. La maternidad es uno de los símbolos humanos más perfectos de la Trinidad. Toda madre desea por el momento de tener al hijo fuera, pero para abrazarlo con tanta ternura como para colocarlo de nuevo dentro de sí misma; dos momentos de la alteridad, distinción madre/hijo, y de la comunión. Expresa el proceso inmanente trinitario de la unidad y pluralidad; del Padre como origen, de Hijo como engendrado, y del Padre y el Hijo en la comunión del Espíritu Santo.

    La maternidad Consagrada como cualidad femenina aparece en el engendrar vida, más rica que en el hecho de la procreación biológica. Tiene una dimensión espiritual que es vivida en la virginidad. Maternidad espiritual que se caracteriza por el amor que protege al flaco, por la auto-donación generosa, por el amor que se irradia. Esta maternidad se aplica a Dios, a Cristo, a María, a la Iglesia.

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