¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer el cordero de Pascua? (Mt 26, 17). Jesús celebra su Pascua como un banquete. El banquete que Jesús preside se celebra como la Pascua de los Judíos. Pero en este banquete existe una inmensa diferencia y novedad con respecto a la Pascua Hebrea.
La cena de Jesús se celebra en el contexto de su pasión y muerte, y él, en la Eucaristía, anticipa simbólica y realmente su sacrificio de redención. El es el sacerdote y la víctima de ese sacrificio. Jesús aquella noche sustituye el Antiguo por el Nuevo Testamento: esta es mi sangre... (Mt 26, 28) a la antigua Pascua histórica y figurativa él une y hace suceder su Pascua también histórica, definitiva, pero figurativa también ella de otro acontecimiento último, la Parusía final. “No beberé más de este fruto de la vid hasta el día en que lo beba de nuevo con vosotros en el Reino de mi Padre” (Mt 26, 29). Estas palabras dan a la Eucaristía el carácter de un banquete que tendrá su plena realización después de nuestra resurrección.
La Eucaristía es, de hecho, sacramento de comunión con el Cristo Pascual, con Cristo muerto y resucitado, que ha entrado en una nueva fase de su existencia, la gloriosa a la derecha del Padre. Comulgar con Jesús en la Eucaristía significa, por tanto, participar ya desde esta tierra en su vida gloriosa, en su comunión con el Padre. “Dichosos los invitados a las bodas del Cordero” (Ap 19,9).
La liturgia canta bellamente “Oh sagrado banquete en el que se recibe a Cristo, se renueva el memorial de su Pasión, el alma se colma de gracia, y se nos da una prenda de gloria futura”. Tomás de Aquino exclama ¡Oh banquete precioso y admirable!
El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, vivirá por mí. El que coma este pan vivirá para siempre. (Jn 6 54-59).
San Agustín dice: “Los hombres quieren lograr con comida y bebida no tener hambre ni sed. Sin embargo, esto no lo otorga más que esta comida y esta bebida. Quien las toma se vuelve inmortal e incorruptible y se ve introducido en la comunión de los santos. Allí habrá paz y unidad completa y perfecta”.
Realmente es así: Jesucristo hizo en verdad un sacrificio inconcebiblemente grande, se dio a sí mismo en el Sacramento del altar, para poder permanecer entre nosotros hasta la consumación de los siglos. La Pascua completa del Señor se extiende desde el principio de los tiempos hasta la venida final y definitiva (Mt 24,3). El es el Primogénito de toda la creación. A través de la persona del Verbo todo ha sido hecho y todo se sigue haciendo “y sin ella no se hizo nada de cuanto existe” (Jn 1,3). Es más toda la creación va convergiendo hacia la persona de Cristo resucitado como hacia un punto Omega. Todo existe a través de El, con El y por El.
Concédenos Señor Jesús, gozar plenamente de tu vida divina en el banquete eterno que pregustamos en este sacramento de tu Cuerpo y de tu Sangre.
Concédenos Señor Jesús, gozar plenamente de tu vida divina en el banquete eterno que pregustamos en este sacramento de tu Cuerpo y de tu Sangre.
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