miércoles, 27 de mayo de 2009

Aprendimos del Proceso Diocesano:


4. Que "Nadie se hace santo solo".

La respuesta a Dios es claramente personal, pero aprendemos a ser personas y llegamos a ser grandes o pequeñas personas en comunidad.

Pero si caminamos en la luz, como él mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús, nos purifica de todo pecado (1Jn 1,7)

Es verdad que el proyecto de Dios sobre nosotros es estrictamente personal, como es estrictamente personal su amor. Y, por eso mismo, es un proyecto de amor comunitario que abarca a todos los hombres, pero no aisladamente, sino en fraterna relación de unos con otros.

El amor de Dios nunca separa; une y congrega siempre, crea cada vez lazos más estrechos y fuertes entre aquellos a los que se dirige.

“Cómo tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros para que el mundo crea que tú mes has enviado” (Jn 1,21).

En este designio divino, el presente es el tiempo del «ya, pero todavía no», tiempo de la salvación ya realizada y del camino hacia su actuación perfecta: «Hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo» (Ef. 4, 13).

El crecimiento hacia esa perfección en Cristo y, por tanto, hacia la experiencia del misterio trinitario, implica que la Pascua sólo se ha de realizar y celebrar plenamente en el reino escatológico de Dios (cf. Lc 22, 16). Pero el acontecimiento de la encarnación, de la cruz y de la resurrección constituye ya la revelación definitiva de Dios.

Ahora bien, enamorarse de Dios significa enamorarse de la Iglesia con todos sus rostros, miremos la figura de Santa Catalina de Siena, en quien el amor por Cristo, se convierte en acogida de su Esposa mística, hasta el punto de dejar de distinguir si vive para uno o para otra. Y la persona del Papa es considerada, solamente por la fe, como el “dulce Cristo sobre la tierra”.

“Cristo y la Iglesia son una misma cosa”, afirmaba con profunda intuición Juana de Arco. Y, bien pudo decir, Santa Teresa de Ávila antes de su último suspiro, como resumen de su vida: "En fin, soy hija de la Iglesia".

Así, el carisma de una fundadora o fundador, no es sino una expresión de amor por la Iglesia, que se concretiza en una Institución. Hoy reavivamos nuestro sentido de Iglesia en espíritu filial.

El significado de este acto es muy claro. Un acto que quiere ser intencionalmente luminoso, y que podría encontrar su imagen simbólica en una lámpara encendida que arde permanentemente ante el Sagrario.

Mi amor y profunda gratitud a la Sierva de Dios María Sara del Santísimo Sacramento por el amor, la disponibilidad y exquisita fidelidad y desde lo más profundo de mi ser al hogar que la engendró a la Iglesia de Bogotá en donde recibió la vida, la fe y su admirable riqueza cristiana y humana, para donarse así a la Iglesia y al mundo prolongando su vida en una familia religiosa.

Ahora la Sagrada Congregación para la Causa de los Santos tiene la palabra, recibida la documentación reunida desde 1989 hasta la fecha. Esta Congregación será la encargada de revisar esta documentación y declarar “venerable” a esta Sierva de Dios, para luego iniciar los procesos respectivos de beatificación y canonización.La alegría espiritual inunda nuestra alma al celebrar este acto preludio de nuevas proclamaciones de la santidad de la Iglesia en sus hijos de Colombia.

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