martes, 10 de noviembre de 2009

¡VENGAN TAMBIÉN USTEDES A UN LUGAR APARTE A DESCANSAR...Mc, 6,31

Con mi saludo fraterno me permito convocarlas a su retiro espiritual anual de 2009 que se realizará en la Casa Madre de la Congregación del 01 al 08 de Diciembre. La llegada será el 30 de Noviembre no más tarde de las 16h00.

En su libro “Siguiéndote a Ti, Luz de la vida” en la introducción responde Monseñor Bruno Forte, predicador del retiro espiritual en el Vaticano, del 29 de febrero al 04 de marzo de 2004 a cuatro preguntas: ¿Qué son los ejercicios espirituales? ¿De dónde parten? ¿Qué finalidad tienen? ¿En compañía de quienes se viven?

Ojalá pudiéramos prepararnos a través de esa lectura o hacer una reflexión iluminada por otros documentos a nuestro alcance. Lo importante es preparar el terreno con la suficiente disponibilidad para que nuestro espíritu se abra con docilidad y libertad a fin de acoger el amor de Dios que el Espíritu Santo derrama en nuestros corazones (cf. Rom 5,5), pues sin ese amor los retiros no podrían concebirse ni vivirse.

Es así en realidad que el retiro espiritual es una bendición un momento fuerte de gracia para cada religiosa ejercitante, para la Congregación y la Iglesia entera. Es verdaderamente un tiempo precioso que Dios nos regala para que nosotras, por nuestra parte, se lo regalemos de todo corazón a El, con amor sincero, para escuchar religiosamente su Palabra, custodiadas por su Silencio, para conocer ante Él la verdad de nosotras mismas y conformarnos siempre más a su voluntad.

Los religiosos, hallarán sin duda en estos sagrados retiros una rica e inagotable mina de bienes celestiales, que todos pueden alcanzar según la necesidad de cada uno, para progresar más y más en la perfección y andar con más aliento el camino de los consejos evangélicos. Porque los Ejercicios anuales son un místico Árbol de vida
(Gen 2,9), con cuyos frutos tanto los individuos como las comunidades crecerán en aquella laudable santidad con que debe florecer toda familia religiosa (Pio XI, Mens Nostra, 1929).

Su valor en nuestro tiempo

Decía el Papa Pio XI, en su Carta Encíclica sobre los ejercicios espirituales: “La más grave enfermedad que aflige a nuestra época, siendo fuente fecunda de los males que toda persona sensata lamenta, es la ligereza e irreflexión que lleva extraviados a los hombres.

De ahí la disipación continua y vehemente en las cosas exteriores; de ahí la insaciable codicia de riquezas y placeres, que poco a poco debilita y extingue en las almas el deseo de bienes más elevados, y de tal manera las enreda en las cosas exteriores y transitorias, que no las deja elevarse a la consideración de las verdades eternas, ni de las leyes divinas, ni aun del mismo Dios, único principio y fin de todo el universo creado; el cual, no obstante, por su infinita bondad y misericordia, en nuestros mismos días y a pesar de la corrupción de costumbres que todo lo invade, no deja de atraer a los hombres hacia Sí con abundantísimas gracias.

Pues para curar esta enfermedad que tan reciamente aflige hoy a los hombres, ¿qué remedio y qué alivio mejor podríamos proponer que invitar al piadoso retiro de los Ejercicios espirituales a estas almas débiles y descuidadas de las cosas eternas? Y, ciertamente, aunque los Ejercicios espirituales no fuesen sino un corto retiro de algunos días, durante los cuales el hombre, apartado del trato ordinario de los demás y de la baraúnda de preocupaciones halla oportunidad, no para emplear dicho tiempo en una quietud ociosa, sino para meditar en los gravísimos problemas que siempre han preocupado profundamente al género humano, los problemas de su origen y de su fin, de dónde viene el hombre y adónde va; aunque sólo esto fuesen los Ejercicios espirituales, nadie dejaría de ver que de ellos pueden sacarse beneficios no pequeños.

Queridas hermanas: ¿Sentimos que es válido para nuestro tiempo?

Pero todavía estos, sirven para mucho más. Porque al obligar a la persona al trabajo interior de examinar más atentamente sus pensamientos, palabras y acciones, considerándolo todo con mayor diligencia y penetración, es admirable cuánto ayudan a las humanas facultades; de suerte que en esta insigne palestra del espíritu, el entendimiento se acostumbra a pensar con madurez y a ponderar justamente las cosas, la voluntad se fortalece en extremo, las pasiones se sujetan al dominio de la razón, la actividad toda del hombre, unida a la reflexión, se ajusta a una norma y regla fija, y el alma, finalmente, se eleva a su nativa nobleza y excelencia. Es bella esta comparación de San Gregorio Magno en su libro Pastoral: <> (S. Greg. M., Pastoral 1,3: PL 77,73).

Además de la paz interior, brota como espontáneamente otro fruto muy exquisito, que redunda egregiamente en no escaso provecho social: el ansia de ganar almas para Cristo, o lo que llamamos espíritu apostólico. Porque natural efecto de la caridad es que el alma justa, donde Dios mora por la gracia, se encienda maravillosamente en deseos de comunicar a las demás almas aquel conocimiento y aquel amor del Bien infinito que ella misma ha alcanzado y posee.

Al concluir Pio XI su carta encíclica escribe:

Si por todas partes y por todas las clases de la sociedad cristiana se difundieren y diligentemente se practicaren los Ejercicios espirituales, seguirá una regeneración espiritual; se fomentará la piedad, se robustecerán las energías religiosas, se extenderá el fructífero ministerio apostólico y, finalmente, reinará la paz en los individuos y en la sociedad.

Mientras, sereno el cielo y callada la tierra, la noche alcanzaba la mitad de su curso, en el retiro, lejos del concurso de hombres, el Verbo eterno del Padre, hecho carne, apareció a los mortales y en las regiones etéreas resonó el himno celestial: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad (Lc 2,14).
Este pregón de la paz cristiana <>, manifestación del deseo mayor de nuestro corazón apostólico, al que intensamente se dirigen nuestras intenciones y trabajos, herirá profundamente las almas de los cristianos que, apartados del tumulto y de las vanidades del siglo, repasaren en profunda y escondida soledad las verdades de la fe y los ejemplos de Aquel que trajo la paz al mundo y se la dejó como herencia: Mi paz os doy (Jn 14,27).

La Sierva de Dios María Sara del Santísimo Sacramento nos enseñaba a pedir compañía y no hay duda que no estaremos solas. "Por el hecho de que los del cielo están más íntimamente unidos con Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad.... no dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que adquirieron en la tierra.... su solicitud fraterna ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad" ( Lumen Gentium, 49).

"No veneramos el recuerdo de los del cielo tan sólo como modelos nuestros, sino, sobre todo, para que la unión de toda la Iglesia en el Espíritu se vea reforzada por la práctica del amor fraterno. En efecto, así como la unión entre los cristianos todavía en camino nos lleva más cerca de Cristo, así la comunión con los santos nos une a Cristo, del que mana, como de Fuente y Cabeza, toda la gracia y la vida del Pueblo de Dios" (Lumen Gentium, 50).

Comencemos a pedir su compañía desde mañana día de Todos los Santos.

¿Anhelan verdaderamente su retiro espiritual? Las espero en casa con inmenso gozo y las bendigo en el Corazón de Jesús, María y José.

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